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Jesús, cuerpo sin órganos (1)

En uno de los espacios en los que participo, nos hemos dedicado a leer algunas obras en torno de Jesús. Este año nos dedicaremos al ensayo de Manuel Villalobos. Con esta excusa, una vez al mes presentaré mi resumen-reflexión de los capítulos de su libro. Aquí, la primera entrega:

Fuente: Villalobos Mendoza, Manuel. Jesús, cuerpo sin órganos en el evangelio de Marcos. Madrid: Editorial Trotta, 2024.

Sesión 1: Prólogo (Xavier Pikaza) [11-20], e Introducción [21-30]
 

Quienes nos acercamos a los planteamientos de Villalobos en Jesús, cuerpo sin órganos… [JCO, de ahora en adelante], recordamos de inmediato su anterior escrito, Cuerpos abyectos en el evangelio de Marcos. En ambos, como biblista busca comprometerse “con las nuevas voces emergentes que se resisten a ser invisibles” [Cuerpos abyectos…, 11], desde un antiguo aprecio por Marcos, ese evangelio quebrado, caído y mutilado que deshace su cuerpo y trasgrede fronteras [Cuerpos abyectos…, 14-18]. El exégeta Villalobos ensaya hermenéuticas que con intención desean interpretar a Jesús y su mensaje de manera “liberadora”: ambas obras quieren mostrar “a Jesús transgrediendo todo tipo de fronteras” [Cuerpos abyectos, 17], de manera que “el orden del sistema queda alterado, las fronteras transgredidas, las jerarquías desmanteladas” [JCO 28], lo cual podría ser una insistencia general de teologías de corte liberador. Lo específico suyo, lo que concreta el adjetivo ‘liberador’ es procurar articularse en una comprensión en y desde el cuerpo humano, ese complejo portador “de significado con mayor carga en la cultura y la religión” [JCO 21], de manera que “los cuerpos se interconectan entre sí, y los animales y los árboles también forman parte del inter-reino de Jesús” [JCO 28].

La pequeña reseña biográfica de la contra-solapa en JCO indica del autor: “desarrolla una hermenéutica  que denomina del otro lado y que tiene que ver con conceptos como alteridad, masculinidad, marginalidad, raza, género y orientación sexual”. Esta hermenéutica se puede comprender de maneras diversas, pero lo fundamental es que toma su estribo “en las hermenéuticas latinoamericanas Vida-Texto-Vida”, de tal manera que la Biblia (se) dialoga y se recontextualiza desde/con la precariedad y vulnerabilidad de los intérpretes (así, en plural: Manuel contiene las voces de sus comunidades y de las personas y las experiencias/vivencias personales y colectivamente construidas que le acompañan), quienes se animan a re-conocerse en dicha vulnerabilidad vivida. Con esto, lo que pone de relieve en ambos textos es una de/construcción permanente de los sujetos que protagonizan sus textos, un devenir del hacerse humano (el hacerse discípulos/as) frente al texto clasificado y fijado del ser humano que elabora la cultura hegemónica.

Este devenir y aquella hermenéutica no son ingenuas. Se apoyan, cómo no, en pensamientos sugerentes para ello. En Cuerpos abyectos… recurrió al pensamiento de Judit Butler a propósito de su “comprensión de la vulnerabilidad y de la naturaleza precaria del cuerpo” y de cómo algunos de ellos “se convierten en humanos y otros no” [Cuerpos abyectos…, 20]. Ahora, en Jesús, cuerpo sin órganos…, dialoga con la noción de “Cuerpo sin órganos” (CsO) elaborada por Deleuze y Guattari, la cual le permite “descubrir cómo el cuerpo de Jesús afecta a otros cuerpos y cómo esos otros cuerpos funcionan (o se ensamblan) como un inter-reino de nadies” [JCO 22] al ser relacionada “con la idea que Jesús tiene del reino de Dios”, y aventurar la hipótesis “que probablemente Jesús fue el primero en lograr en CsO”. [JCO 28]

La noción del CsO contiene su propia complejidad que desafía, incluso, el intento de elaborar con dicha noción una antropología de totalidad o un marco comprensivo y teológico de la revelación, tal y como hace Pikaza en el prólogo a JCO. Aquí, en este prólogo, el CsO se precisa como el concebirse “cuerpo/viviente que supera el plano natural de los órganos” en una definición hombre/mujer elaborada desde “su maduración personal en el amor, en la entrega de la vida” [JCO 12]. Pero la imprecisión es lo que abraza Villalobos al ‘unirse’ a la opinión de Grosz: “No se trata de entender qué es el CsO, o qué lo compone, sino qué hace, cómo funciona, a qué afecta, qué produce” [JCO 22].

Podría decirse que la noción de CsO que elabora Villalobos contiene varios aspectos interrelacionados (y que seguramente se irán explayando y relacionando a medida que avance nuestra lectura). Aparece, frente a “millones y millones de cuerpos negados (…) oprimidos y aniquilados a lo largo de la historia en nombre de la ‘organización’” (de la Iglesia, de Jesús), como necesidad “para desmantelar cualquier jerarquía y poder”, y como desafío a “la forma en que entendemos la realidad, (…) en que nos relacionamos con otros cuerpos y consideramos nuestros propios cuerpos”, en especial cuando esta forma “ha sido organizada por los poderosos” [JCO 24] cual juicio de Dios. Así, Villalobos entiende el CsO “como una crítica abierta a la obsesión que tienen algunas personas, culturas, instituciones y sistemas por ‘organizar’ el cuerpo humano” [JCO 23] desde esos estratos domesticadores de organismo, significancia y subjetivación [JCO 25].

Como arriba se indicó, Villalobos se aventura a considerar el devenir de Jesús y de sus discípulos como un camino (necesidad, desafío, crítica) del CsO que toca, que afecta. Según indica en esta introducción, el camino por seis consideraciones (capítulos) que muestran el devenir de una familia disfuncional hacia la nueva casa/familia, el devenir que desmantela el binario humano - no humano, el devenir de la desterritorialización, el devenir effeminatus, el devenir del derrumbe que produce la muerte, y el devenir teológico del abrazo a lo inexistente.

Resume Villalobos los asuntos fundamentales de su introducción, de la siguiente manera: “Hemos visto (…) cómo el cuerpo humano está fuertemente marcado por fuerzas sociales de diversa índole (ley, instituciones religiosas y familia) y cómo el concepto de CsO puede ser una alternativa que libere al cuerpo y a nosotros mismos de la ‘normalidad’ y nos permita cuestionar las jerarquías que se imponen al cuerpo mediante la religión, la ley, la cultura o la familia. Pero conseguir o encarnar el CsO no es tarea fácil; hay que pagar un alto precio por ello. Alguien que intente promover una familia no jerárquica podría ser acusado de estar poseído por un espíritu maligno” [JCO 31]

Algunas consideraciones adicionales a esta breve reseña. Notaba arriba que el énfasis desde donde Villalobos sitúa la consideración o re-lectura del CsO deleuziano es la afectación y la crítica para acompañar y recuperar/reconstruir la dignidad de los cuerpos lastimados/negados; el énfasis de Pikaza, en el prólogo, parece ser la comprensión de un plano antropológico-teológico ‘superior’. La escritura de Pikaza alcanza a caer en el mito de la singularidad de Jesús (nota1) en tanto Cristo, “único y distinto entre todos los seres de su tiempo” [JCO 20]. Si bien este mito amenaza la comprensión de Villalobos (“probablemente Jesús fue el primero en lograr el CsO”: JCO 28), lo que le salva es que lo capta como un devenir marginal y siempre en la frontera, un proceso.

Ciertamente hay una distancia, donde el lector decidirá cuál énfasis es necesario y desafiante, cuál posible según su propia circunstancia, y las razones de ello, en tanto “El CsO es un viaje eterno de búsqueda de uno mismo, que no se limita a definiciones, y no acepta la manera en que ha sido organizado por los poderosos” [JCO 24]. Esta no-limitación a ciertas definiciones permite evocar otras perspectivas que alimentan o complementan la captación y comprensión del devenir: así, por ejemplo, con Crossan (Jesús: biografía revolucionaria y Jesús, vida de un campesino judío) ya nos encontrábamos con la interfaz cuerpo-sociedad y sanación-comensalía, o con la apuesta de la poscivilización en desafío a la civilización y anticivilización (En busca de Pablo), asuntos que en JCO de nuevo quedan expuestos, pero enfocados desde la noción de CsO.

Captar, comprender e, incluso, asumir un devenir frente al organismo, la significancia y la subjetivación (los estratos de esa organización jerárquica que estructuran y singularizan: JCO 25), implica asumir también un lenguaje. Eso hacen los lenguajes: expresan los devenires concretos y corporales.

Nota 1: Fernando Bermejo Rubio habla de este “mito” o “imagen exaltada ofrecida en la tradición cristiana y en sus avatares seculares”, como un “hacer de Jesús un hápax que descuella sobre todos sus contemporáneos y cuya personalidad y mensaje, al no derivarse de su mundo, resultan en última instancia ininteligibles e incomparables” (en: La invención de Jesús de Nazaret, España, siglo XXI, 2018, p.333). Esto forma parte de los procesos de singularización que se verifican en torno del personaje (p.448-453) y que, según él, se suelen replicar en los autores contemporáneos.

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