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Mostrando entradas de febrero, 2012

Traspapelados: De un silencio

Ese silencio, tan ahí, no punto del universo en expansión, no mínima gota de piedra en el centro del huracán, no pájaro de agua en la sangre ajena, no sima en lo alto del ojo de la catedral, no perpendicular del tímpano al hielo. Tan sólo y tan concreto como herida profunda, tajo distante,  hálito abisal, negrura de furia, como cesura eterna en ese Verbo primero y generoso. ¡Ah, mujer! Tu silencio fantasma que tanto duele.

Copy-paste: Cadáver difunto mirando guanábano

Fuente: El recorte de prensa me lo hace llegar una amiga, Rosalba Álvarez. Corresponde a una crónica titulada “Acta de levantamiento de un cadáver muerto”, escrita por Hermes Francisco Daza en 2011 (el recorte no me informa la fuente, pero bien pudo ser en el periódico El Pilón , o algún diario regional similar). Allí el cronista comenta y reproduce apartes de un acta de levantamiento de un cadáver, fechada el 25 de agosto de 1962. De mi parte, entresaco de dicha crónica algunos de dichos apartes… …diligencia de levantamiento de un cadáver que fue aliado allí y que fue visto por unos campesinos que pasaban… …el cadáver de un individuo… al parecer casado porque tiene una argolla de matrimonio en el dedo anular de la mano izquierda, de profesión mecánico porque la ropa la tiene untada de grasa quemada, de piel morena tirando a negra, flaco, carepalo y medio canoso, y de unos 1,60 metro de altor… …El cadáver del difunto se encuentra bocarriba, …con la cabeza medio ladiada como

Crónica de la Sombra de Aguirre

Seco como un madero en el desierto, se irguió Lope de Aguirre en medio de la densa humedad que se levantaba del suelo, sobre la proa de la podrida nave que se deshacía entre las patas de insectos y lianas de selva. A unos pasos, don Fernando, Príncipe del Perú, se extasiaba en el alboroto de la espesura. «Tengo sed», susurró a su espalda Elvira. Aguirre la miró con conmiseración: «Siempre tendremos sed», la consoló. Un alboroto, acompañado de gritos, tumultos y dos arcabuzazos, hizo emerger de la fronda la multitud de aves que se elevaron chillando. Pálido, Pedrarias se asomó, empuñando la herrumbosa espada. «Vamos, Pedrarias», le espetó Aguirre: «con tanto siglo encima deberías estar acostumbrado». Elvira miraba al buen soldado: «Tengo sed. Dadme agua, buen Pedrarias». Pedrarias la miró con atención: allí estaba, como siempre desde aquella mañana, el tajo y la flor roja, el vestidito aún inocente, la mirada asustada. Sabía que, alguna vez, todo eso fue un aroma y una sensaci

Crónica del canto del gallo

Como siempre, y por lo menos hasta el día en el que Dios decidiera dar al traste con este mundo, previo al alba llegaría el momento en que el gallo cantara. Pedro no ignoraba esa desde siempre rutina, anunciadora de las horas que empiezan a deslizarse cuando el hálito vital vuelve de sus extraños viajes nocturnos. Pero era una rutina, un ahí indiferente, como la piedra con la que tropiezas cada mañana al levantarte, y que con toda tranquilidad puedes ignorar. Su maestro, sin embargo, le sonsacó esa tranquilidad. Días atrás lo provocó: “Antes que cante el gallo”, le había dicho, “me negarás”. Ahora estaba al amparo del fuego protegiéndose de las sombres y el frío, en el patio de la fortaleza; trataba de pasar desapercibido entre soldados, mercaderes de alimentos para noctámbulos, siervos, prostitutas para las urgencias nocturnas de la soldadesca. Adentro, su maestro pasaba por muy malos momentos. Dos veces ya, la primera con discreción y la segunda con vehemencia, había negado conoce

Crónica de la frontera

Le ha precedido lentos latidos en el aire, pero ahora se asoma. Una informe masa cuyos ojos, carbones áureos, fijan la mirada. Tras un instante, como para que se palpe su presencia a través del enrarecido aire, avanza el bípedo mitológico. Tambor cuyo retumbar lento y espeso se expande en breves e intensas oleadas, trayendo consigo el relieve gris y áspero de su piel, a la manera de un latigazo que estremece la llanura. A cada paso se agiganta, en tanto el pasto mineral cierra toda posible huida. Se abalanza. Cae el latido y estalla. Es agua, es sudor, y meciendo las lápidas que se han abierto a la finitud del cuarto de huéspedes, era sueño. La respiración se acompasa, percibiendo los olores cotidianos, extrayendo del aire los ruidos nocturnos y familiares que, horas después, eclosionarán en la flor estulta del día a día cualquiera. El amanecer está cerca, pero las suaves cobijas invitan a retomar la oscuridad. No va a ser posible: la puerta que da al corredor se queja quedamente, em