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Mostrando entradas de enero, 2012

Crónica de una calle

De este lado de la acera . El hombre avanza, viniendo de este lado a aquél. Cambia de parecer, de repente. Aquel lado ya no le apetece; hay gente que corre presurosa al lado que acaba de dejar. Mirada y cuerpo dan la vuelta hacia éste. Pero justo allí, éste ya es aquél: también las personas buscan aquél lado. De nuevo gira, y aquél se transforma otra vez. El hombre se confunde, gira como un trompo indeciso hacia qué lado caer. El camión no alcanza a frenar. De aquél lado de la acera . El viejo y gotoso tiburón de calle no alcanza a frenar. Con la cabeza reventada (sesos escurriendo por la espalda manchando indeleblemente la camisa azul cielo), el cadáver corre a la estación de policía más cercana; llevará hasta las últimas consecuencias aquel atropello contra su persona. La autoridad no aceptará su demanda: ¿quién, hoy día, le cree a un atropellado?

Copy-paste: Adivinanzas

Año noventa y algo... Doy un taller de literatura, en Urabá, con desplazados. Alguno de ellos me regalan estas adivinanzas. Viene ahora el adivine. Al final, las respuestas... EL ADIVINE... (1) Yo si lo tengo, que Dios me la dio, y le sirve más a otro que lo que me sirve a yo. (2) Quien lo hace no lo quiere, quien lo goza no lo ve, quien lo ve no lo desea por muy bonito que esté. (3) Las mujeres por el orgullo se dejan romper el cuero. Las bolas quedan colgando y el palo tapa el agujero. (4) Al pasar por una pila me encontré una alimeta. Tiene nombre como gente sin que le falte una letra. (5) Sobre tablón, tablón. Sobre tablón, ventana. Sobre ventana, lucero. Sobre lucero, monte. Sobre monte, pasajero. LAS RESPUESTAS... (1) El nombre. (2) El ataud. (3) Unos aretes. (4) El Martín pescador... Sí, lo sé: ¿qué es eso de "alimeta"? No lo he encontrado en ningún diccionario de regionalismos, pero según me decían allí en Turbo, se refiere a un &qu

Traspapelados: Evocación

A la muerte de Juan Pablo Peña (+Enero de 2005) Nadie quiso creerlo, nadie, porque allí debajo del Oití era pronto tu saludo, porque en tu última delgadez aún eras risa. Nadie quiso creerlo, nadie, ni en tu rostro amable, ni en tus viejos zapatos, ni en la lentitud solar de la triste Cúcuta. Nadie vio tu muerte que crecía entre tus manos, nadie, Juan Pablo. Ni siquiera tu vientre.

Traspapelados: Del libro del Éxodo

DEL LIBRO DEL ÉXODO Soy una voz que clama en el desierto… y, claro está, nadie me escucha en esta profundidad que sólo habitamos la arena  y yo. De cuando en cuando oigo, a lo lejos, el rumor de pasos… Al parecer los hombres me persiguen, y yo, tímido, me escondo entre las grietas… Aquieto mi ulular, y ellos escarban entre el silencio, alerta los oídos para el momento en que detrás de la piedra salte. No me han podido atrapar. Les temo.  Rápidos en la ira y feroces en la complacencia, veloces cazadores, les temo. Pero de ellos, he de confesarlo, me atraen sus esclavos. Nadie los llamó a estas tierras, tan sólo vinieron arrastrados por los guerreros y buscadores de tesoros. En las noches, cuando tienen que vigilar el fuego que atibia los cansados pies de sus dueños, la tristeza de sus ojos es tan bella que como una nostalgia me invade y entre las rocas me entreasomo olisqueando allí un profundo pozo entre cuyos reflejos alg

Comentario: Mira por dónde (Savater)

1. EL LIBRO Entre mis desordenadas manos cayó, a principios del mes pasado, la “autobiografía razonada” –tal es el subtítulo- de Fernando Savater, titulada Mira por dónde (Taurus, Bogotá 2003). No es gran cosa, si se atiene el lector a las difusas exigencias de la alta literatura o la alta filosofía, pero es esplendorosa e indecentemente (para aquéllos) alegre . Creo que tal calificativo gustaría al autor, tan despreocupado de autoridades eruditas, tan humano en esa cotidianidad que a todos nos envuelve y que nos aleja de los eminentes, tan burlón de estos. Es un libro alegre. Algunos alzarán la ceja. Le comenté a un amigo, filósofo, que acababa de leer “un libro ligero de un tal Savater, español, creo” –dicho así tan sólo para picarle la lengua-. “Es un filósofo vasco”, me respondió, “que ni es filósofo ni es vasco”. Suficiente elogio. Algo así cuenta Savater, respecto de alguno de sus amados autores: basta la prohibición de alguien muy serio, para saber que encontraremos algun