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Mostrando entradas de agosto, 2012

Crónica del Último Beso de Judas

Mientras los tambores de guerra avanzaban sobre la población europea principiando la década de 1940, regalando a diestra y siniestra los mortales ósculos que redundarían en poco más o menos 70 millones de muertes, Alfred Clement Rush y Arnold Joseph Toynbee publicaban sendas obras tituladas Death and Burial..., donde recordaban la costumbre romana del último beso: el que daban los familiares cercanos al moribundo, para asir el alma en su último aliento. Diecinueve siglos antes, en medio de una situación de desorden social cada vez más creciente, y que años después germinaría en la Gran Guerra Judía con su algo más de millón o millón y medio de muertos, dicen que un hombre se acercó a su maestro para señalarlo con un beso. Décadas después, algunos verían en aquel gesto una secreta revelación merecedora de un Evangelio, y aún centurias seguirían de interminables discusiones sobre su sentido. En tanto el tiempo así acontece entre ir y venir, dos hombres se miran. Algo se va a quebrar

Crónica del Centurión

Cae vertical la línea del sol. Pétreo, el Centurión trata de concentrar sus sentidos en lo que observa, aunque el hedor le invade cada vez más como presencia tangible. A sus espaldas el grupo de cruces, al cual sólo se acercan perros, cuervos y moscas. Es tal la intensidad del olor, que su vaharada le esboza el desbaratarse de los cuerpos: carnes desprendidas y deshilachadas, el zumbido de las pequeñas reinas negras atafagadas de lo pútrido, tonos rosáceas y grises de los vientres que, como serpientes deformes, caen revueltas hacia tierra para ser disputa de las bestias. De las bestias, su impunidad es defendida por el Centurión y sus compañeros. Los dolientes no han de acercarse ni tener la esperanza de un entierro digno: Roma ni tiene contemplaciones contra los que subvierten el orden, ni remilgos para de cuando en cuando entresacar de la multitud y al azar dos o tres nadies para izarlos como advertencia. Días después, lo poco que quede en aquellos maderos en cruz será dispersado

Crónica de la Nostalgia

Los milagros del fallecido Juan Pablo II no pertenecen tanto al campo de lo extraordinario o de la fe, sino al horizonte de la nostalgia, de la ternura por los pensamientos añejos, aquellos que parecen exhalar un agrio olor de viejo y nos recuerda las dulces cantaletas de nuestros abuelos, sepultados ya hace tanto tiempo. Quien lee la lista de hechos milagrosos, evoca aquellas ingenuas cadenas de oración que de cuando en cuando llegaban a casa, y las elementales promesas realizadas en sus protagonistas y relatadas con cándido fervor. Murió el Papa y pronto los fieles, amplificados mediáticamente, pidieron su santificación. Pronto los testimonios del actuar milagrero del anciano enfermo y casi impotente de movimientos pulularon. “Stanislao Dziwisz”, contó un diario mexicano, “admitió ser testigo de un estadounidense judío enfermo de cáncer, quién sanó luego de asistir a una misa privada con Juan Pablo II, de quien recibió personalmente la comunión”. Por supuesto: el impronunciable a

Crónica de Elisabad

Poco después le vendría la muerte en las soledades de su retiro. Sus remembranzas serían como el vaho que devora la pronta mañana a menos que aquel niño, que por el camino se alejaba hacia el burgo, decidiera poner por escrito lo que le había contado. Algunos días atrás había llegado hasta su morada, golpeado y perdido. Las bestias habían perseguido su ganado y las tormentas le habían dispersado. Elisabad acogió con gusto al muchacho y aplicó sus viejas artes curativas. Algo de fiebre retuvo a su cuidado, y ella fue la ocasión de las historias. Mientras pasaba por las heridas los emplastos de hierbas, evocó el momento en el que aprendía sus virtudes, en los años en que fue acogido en palacio por el padre de Grisenda; pensó en voz alta en las largas horas en las bibliotecas, las búsquedas de pergaminos del Estagirita, y los razonamientos que con él aprendió; recordó las oscuras salas de mesas de piedra, donde tantas veces arrebató de la muerte a los cuerpos cuyo líquido vital manaba

Crónica de Sor Ángela, amante de Lope de Aguirre

De Sor Ángela son escasísimas las noticias. Casi todos los investigadores la ignoran por completo, sin argumentar razones. Emiliano Jos algo insinúa de su existencia, y la extensa erudición de Ingrid Galster apenas permite decir al lector que la evoca. Con algo más de rigor, Abel Posse da cuenta de sus notas biográficas, pero con el tino suficiente para conservarla en su real hálito fantasmal. Sobre sus orígenes e infancia prima la inexistencia, como era en uso en las biografías antiguas, pero se sabe que de muy pequeña fue reclutada a la fuerza en alguno de los tantos conventos del Perú. Siendo ésta tierra de Pizarros y Almagros, fácil es suponer el paso de una tropa y los desórdenes sexuales que allí se provocaron. Es posible que en aquellos borrascosos años de su primera juventud, haya conocido a Lope de Aguirre. Esta circunstancia ayudaría a explicar, según la mayoría de eruditos, la oscura referencia a la “monja-niña” en las cartas perdidas del capitán Marañón. Los rumores s