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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Traspapelados: Cancioncillas (1987)

Vea usté: papeles del año 1987... Cancioncilla del lápiz perdido. Mi lápiz se ha perdido. Mi lapicillo de madera y carbón, mi lapicillo de morena y amor. Tiemblan mis manos en su ausencia, mis manos pequeñitas sin su presencia. ¡Ay, lapicillo! ¡Ay, alma mía, viuda del dibujo que jamás sería! Lápiz moreno, grano centeno, ¿dónde estás, chicuelo, pequeñín de vida? Me preguntan por ti y no sabré mentir. Perdido estás, perdido, en los pisos de mi ciudad; confundido voy, confundido, en los cielos de mi querer. ¡Ay, lapicillo de madera y carbón! ¡Ay, lapicillo de morena y amor! Dibujos tristes y callados en mi corazón. Cancioncilla del hijo desgraciado. Quiero, hijo, doncellas y laureles, y en una postal dos lindos corceles.             Madre, no quiero… Quiero, hijo, trovas y cantos, como aquella del cilantro.             Madre, no quiero… Quiero, hijo, un besito más, y duermas luego en paz.             Madre, no quiero… ¡Ay, mi hijo! Tris

Justicia divina

...Decir justicia social pensando en Jesús es, ante todo decir justicia divina. Pero decir justicia divina no es pensar en términos abstractos, sino desde la percepción de esos desechables, de esos campesinos a los cuales los patronos les quitaban la tierra. Sólo para poner un punto de comparación contemporáneo, y cada quien ponga aquí el ejemplo que más convenga: al término de las protestas por la privatización del agua en Cochabamba (Bolivia), uno de los dirigentes populares exclamaba emocionado, tras el triunfo sobre las exigencias de las trasnacionales: “la gente quería justicia, no balas… saciamos nuestra sed de democracia”... Conferencia dictada en la Universidad Nacional de Colombia, el 13 de noviembre de 2012. Aquí, el texto completo .

Presentimiento

Deja ir la mirada tras la ventanilla del autobús, hasta que la fija por un minuto en un viejo que trota por el parque. Quizás es muy viejo. Quizás levanta demasiado los brazos. El caso es que el autobús detiene su marcha el tiempo suficiente para que el hombre detalle al viejo. Aún no llega la media mañana, por lo que la sombra del viejo en la acera es pronunciada, nítida. Demasiado nítida, piensa el hombre. Sus formas son exactas: las líneas rectas forman figuras geométricas variables que no van acordes a los movimientos del viejo. Avanza de nuevo el autobús; atrás queda el viejo y su sombra maligna. Pocas cuadras faltan para la estación en la que el hombre tiene que bajar. El pánico empieza a crecer en su pecho.

Sueño de la Tía Carmen

Carmen apenas toca la puerta, cuando se abre: su sobrina esperaba. Ambas miradas respiran alegría. «Aún es bella, a pesar de la sepultura hace tantos años», piensa la sobrina. «Hijita», dice Carmen, «siempre los llevo en mi corazón. Pero me tengo que ir, otra vez. Acompáñame a comprar la tela para el vestido nuevo». La sobrina está conforme. Ambas salen. Afuera espera el viejo camión donde los tíos cargaban la leche de la finca a la ciudad. La tía al volante; la sobrina, indicando el camino por entre las estrechas calles de la ciudad desconocida. El tráfico es lento. La sobrina entrecierra los ojos, y los murmullos de voces familiares caen sobre su piel, como entre la niebla que baja de la montaña aún con la temprana virilidad de la tierra. Entrechocan los cántaros soltando el mugido de las vacas recién ordeñadas que reclaman a sus terneros. El vergel cercano respira su vaho entre los ladridos que amenazan con timidez la mica de los abuelos, las hamacas del corredor y las esteras

Plenario / Discusión

Plenario laboral Todos los hombres suelen reunirse en torno a la Gran Idea, ese viento de metal que algarabea trombas de redondas mesas. Sus voces se alzan en debates y orgullos enfrentados, en proyectos grandiosos que movilizarán el espíritu. Posteriormente, al igual que hacen los perros al término de la jornada de luchas por el hueso, se agrupan en las esquinas y se abrigan, ronroneando la satisfacción del objetivo logrado en tanto se lamen los lomos y los sexos. Discusión hogareña inevitable en medio del amplio arco roca arisca de repente derrumba lo que con paciencia levantado queda la aridez sola impregnando su aliento en toda geografía como agua seca de sabor violáceo parábola invadida