Deja ir la mirada tras la ventanilla del autobús, hasta que la fija por un minuto en un viejo que trota por el parque. Quizás es muy viejo. Quizás levanta demasiado los brazos. El caso es que el autobús detiene su marcha el tiempo suficiente para que el hombre detalle al viejo. Aún no llega la media mañana, por lo que la sombra del viejo en la acera es pronunciada, nítida. Demasiado nítida, piensa el hombre. Sus formas son exactas: las líneas rectas forman figuras geométricas variables que no van acordes a los movimientos del viejo. Avanza de nuevo el autobús; atrás queda el viejo y su sombra maligna. Pocas cuadras faltan para la estación en la que el hombre tiene que bajar. El pánico empieza a crecer en su pecho.
1. EL LIBRO Entre mis desordenadas manos cayó, a principios del mes pasado, la “autobiografía razonada” –tal es el subtítulo- de Fernando Savater, titulada Mira por dónde (Taurus, Bogotá 2003). No es gran cosa, si se atiene el lector a las difusas exigencias de la alta literatura o la alta filosofía, pero es esplendorosa e indecentemente (para aquéllos) alegre . Creo que tal calificativo gustaría al autor, tan despreocupado de autoridades eruditas, tan humano en esa cotidianidad que a todos nos envuelve y que nos aleja de los eminentes, tan burlón de estos. Es un libro alegre. Algunos alzarán la ceja. Le comenté a un amigo, filósofo, que acababa de leer “un libro ligero de un tal Savater, español, creo” –dicho así tan sólo para picarle la lengua-. “Es un filósofo vasco”, me respondió, “que ni es filósofo ni es vasco”. Suficiente elogio. Algo así cuenta Savater, respecto de alguno de sus amados autores: basta la prohibición de alguien muy serio, para saber que encontraremos algun...
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