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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Traspapelados: Proposición XI

Dios, o la substancia que consta de infinitos atributos cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita, existe necesariamente. (Baruch de Spinoza) Aclaro a la audiencia, en primer lugar, que no soy poeta o filósofo. Con esto puedes dejar por sentado, estimado lector, qué ajenos nos encontramos aquí a las preocupaciones estéticas y/o del bien pensar. Buscas, ya lo sabemos, estremecerte, pero mira que no existe tal. Estás perdido, inválido, desvaído. Realizadas las aclaraciones respectivas, procedamos a la intención anunciada en el título. Dios, pobrecito, está cansado de tanto gritar, ronca la garganta y le duele la voz que eleva el hedor de sus pústulas lacerantes, su pulmonía le hace lento el andar de pies hinchados que no encuentran a nadie en el camino, tan sólo el polvo rojo que le hincha sus ojos purulentos, enceguecido de niguas que batallaron triunfantes desde sus testículos y sus orejas, (te comento, aquí entre nosotros (n

Traspapelados: Año 1991

-.- Mujer, el mundo está amueblado con tus ojos , canta Huidobro, amor mío, 2115 personas muertas, 957 desaparecidas , grita el informe Rettig, amor mío. Y allá al Sur, también amor, los muertos y desaparecidos oscurecen tus muebles, y tú gritas, amor, arriesgándote a vivir para siempre y sólo en mis pupilas, amor. También has leídos a los clásicos con tu sangre, amor: Non minus hic peccat qui censum condit agro Quam qui doctrinan claudit in ore suam .* (*No peca menos quien guarda su semilla, que quien en la boca esconde lo que sabe) -.- todo está solo el mundo está solo la ciudad las calles las esquinas los pisos los muebles los libros cada espacio ocupado alguna vez está solo. No te has ido, no . las aceras no tienen ruido las vitrinas opacas no reflejan el paso de nadie ya sin nombre cada avenida ardiendo su asfalto ya sin motivo. No te has ido, no . la alfombra ya no rumora ni go

Traspapelados: Cosas breves

-.- De ti todo pertenece en el instante en el que el cielo se ensancha. De ti cada rincón aéreo del ave que a mis ojos escapa. De ti el aire que breve gira en la rosa y el viento cálido con su rumor. De ti el vientre que alguna vez piedra, acre y madera fue. De ti la hora del abandono y del luto, de la quema y la guerra. De ti el murmullo exacto del dolor y el jadeo de la ceniza. De ti la letanía interminable al pie de la tumba vacía. De ti el amanecer oscuro, pero amanecer al fin y al cabo, para ese aleteo del vientre en el cielo, del cielo en el ave, del ave en la rosa, de la rosa en el viento.… -.- Un hombre escribe en el papel. Inflige una herida. Hiende el universo. El perro sigue ladrando. -.- La mirada al sol con un grito. La sombra calla -.- Un pájaro podrido vuela hasta la huella del niño. -.- Un sueño amplio penetra las orillas del párpado. Su quilla no se detiene: descifra el nuevo mar donde lo nocturno se descono

Traspapelados: Trazos varios

-.- Blandiendo una mirada, una palabra, sobre la mar pensamiento invisible con ansias lagrimosas de camino ante el universo que pulsa vacío sin tus labios en los oscuros pasos del camino, en medio de tu ausente voz, encontrarte, sólo eso. -.- Cae el rocío del tiempo: Niebla luciérnaga y ciega que rodea el verdor de tus manos. Palpitación infinita Del cantar mudo que tu recuerdo despierta en mí. Mirada sable del viento: Penetración inmensa y salvaje de tus fértiles granos. Lágrima y voz infinita Que arraigan el profundo universo en ti. -.- La mar de tus cabellos, ondulosa sensibilidad del viento, se sacude rítmicamente y golpea mis playas. -.- Quisiera poseerte sin poseer olvido. Quisiera detener la sangre que se muere. Quisiera quemar el tiempo asesino de tu presencia. Quisiera. No puedo.

Crónica de Inés

Cuenta Miguel Otero Silva que Inés, amante de Pedro de Ursúa y su acompañante en la jornada del Marañón, era descendiente de nobleza indígena. Cuenta además de la gran sed que le acompañaba. Esta crónica recoge algo de lo insinuado por el autor venezolano. Alguien dijo que no había conocido hombre alguno que me hiciera estremecer. Después de noches de amantazgo, mi madre lloraba. Ella, que siempre sostuvo que sólo la mujer estremecida es feliz, lloraba por mi tristeza. Poco faltaba para el amanecer en la hermosa ciudad, cuando yo salía de alguno de los palacios para encontrarme con mi madre. Era una hora propicia para evitar las miradas pundonorosas y acusadoras de las mujeres que habitan Trujillo. Detrás de una puerta ella me solía esperar. Su llanto se había secado. No vislumbraba ninguna luz salvaje en mis ojos negros, profundos, ni tampoco crispación alguna en mi piel, ni embeleso de lenguas en mi aliento. Su llanto seco era por dentro. Alguien dijo que era un llanto de muchos