Dios, o la substancia que consta de infinitos atributos cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita, existe necesariamente. (Baruch de Spinoza)
Aclaro a la audiencia, en primer lugar, que no soy poeta o filósofo.
Con esto puedes dejar por sentado, estimado lector, qué ajenos
nos encontramos aquí a las preocupaciones estéticas y/o del bien pensar.
Buscas, ya lo sabemos, estremecerte, pero mira que
no existe tal. Estás perdido, inválido, desvaído.
Realizadas las aclaraciones respectivas,
procedamos a la intención anunciada en el
título.
Dios, pobrecito, está cansado de tanto gritar, ronca
la garganta y le duele la voz que eleva
el hedor de sus pústulas lacerantes, su pulmonía
le hace lento el andar de pies hinchados que no encuentran
a nadie en el camino, tan sólo el polvo rojo que le hincha
sus ojos purulentos, enceguecido de niguas que batallaron
triunfantes desde sus testículos y sus orejas,
(te comento, aquí entre nosotros (no le digas a nadie, por favor)
en el viejo puerto de Estambul, aquella puta sobre cuyo regazo lloró
Rimbaud con una mirada ya para entonces aplastada por tanto giro
cósmico en cada jornada de carecía de elefantes, aquella me susurró
(confidencialidad, te insisto) que Dios tenía las pelotas herniadas, horrible,
nadie se quería acostar con él, pobre hombre, mejor, pobre Dios,
cargando ahora su soledad a punto de flagrante epicrosis;
luego, cuando caía tintineando el ocaso,
cuando ya la mujer erutaba las cervezas que le gasté,
Lautremont, desgraciado, quería cogerme y
lo aparté con violencia; su venganza transparente, elemental,
fue gritarme, ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Aborrezco tus venéreas!)
y ahora habitan bajo las uñas y los desgreñados cabellos,
arrastrándose, un temblor de piernas, triste guiñapo,
tan sólo queriendo que alguien le mire,
le diga una palabra de caridad, de esperanza.
¡Qué ronco, qué rotoso está Dios!
Perdonáme que insista.
Perdonáme.
Pero así lo vi.
Un grito de tantos siglos tan cansado
que ya es como un eco.
Aquella tarde caminé por el parque,
aturdido, sólo con la voz del poeta,
ganarás el pan con el sudor de tu frente
y la luz con el dolor de tus ojos
voz destemplada de la guerra civil, picana
y cachetada, la puteada que le metió Omarcito Cabezas
a la montaña, cualquier María que alzó su sangrado
seno rociado de salitre, desquebrajado, para dar de comer
a su creatura, Andrés se llamaba con su boca inmensa
hundida en el tarro de bóxer para no ver el camión
que no alcanzará a frenar, Padre Padre No Sabes
Lo Que haces con esa plancha caliente en la cara
de la muchachita tres años apenas se educa
desde pequeña señor, la gran autopista virtual,
inimaginables conexiones en la nube de la voz fuerte
y terminante, pero suave, que retumba democracia
democracia democracia democracia máquina sirena,
con sus dulces cánticos (ah, mujerota la de Axe)
conduciéndote hacia los acantilados hechizados,
para admirar el arte, la libertad, la bella teología,
y detrás de cada papel, de cada canto, de cada columna
de opinión, la cloaca pululante de abortos y corazones
olvidados, viejos sostenes y páginas onanistas,
el camino del gran andrajoso, con su dedo acusador
y llagado señalando y gritando ya sin voz,
y nadie cree que sea Dios.
Tan cansado,
y sigue aún con toda la peste del mundo encima.
Continúen contaminando su propia cama
y un día despertarán ahogados en su propia mierda.
Las niñas de alelí rompen a llorar, sus madres
apagan el murmullo con los juguetes de Fisher-Price,
mi dulce princesa, duerme, duerme, es una pesadilla,
no quieren ese llanto,
no lo quieren.
Qué pena con vos.
Ni filósofo ni poeta, querido mío,
verdugo.
Qué grito de tantos siglos,
tan cansado,
ya tan sólo como un eco.
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