Mujer, el mundo está amueblado con tus ojos,
canta Huidobro, amor mío,
2115 personas muertas, 957 desaparecidas,
grita el informe Rettig, amor mío.
Y allá al Sur, también amor, los muertos y desaparecidos
oscurecen tus muebles,
y tú gritas, amor, arriesgándote a vivir
para siempre y sólo en mis pupilas, amor.
También has leídos a los clásicos con tu sangre, amor:
Non minus hic peccat qui censum condit agro
Quam qui doctrinan claudit in ore suam.*
(*No peca menos quien guarda su semilla, que quien en la boca esconde lo que sabe)
-.-
todo está solo
el mundo está solo
la ciudad las calles las esquinas
los pisos los muebles los libros
cada espacio ocupado alguna vez está solo.
No te has ido, no.
las aceras no tienen ruido
las vitrinas opacas no reflejan el paso de nadie
ya sin nombre cada avenida
ardiendo su asfalto ya sin motivo.
No te has ido, no.
la alfombra ya no rumora ni golpea el sartén
la quietud tan quieta en las sillas
el polvo incólume en las respisas
con las viejas artesanías que perdieron su color
No te has ido, no.
el cenicero limpio (¿para siempre?)
las sábanas tendidas la ropa ordenada en los roperos
los zapatos ya sin gastar la suela
ya no se quiebra la vajilla.
Esta casa ya nadie la queja, no.
Pero no.
No te has ido, no
De las mil noches y una noche.
Camino del sur apareció el corcel,
en su galope toda la noche, y todo el canto.
¡He recorrido el mundo al galope de mi caballo, sembrando por el camino la sangre y la carnicería! ¡He franqueado torrentes y montañas para el homicidio, el robo y el libertinaje!
El canto en su mirada, ella sola puñal brillant
de puntual piedra, decidida desde la tristeza.
O mundo quer-me mal porque ninguen tem asas como eu tembo.
Allí dejó sembrado un sexo, un nombre exacto,
desde el cual se prolongó el jadeo del mundo.
¡Muero como viví, errante a lo largo de los caminos, herido por aquellos a quienes acabo de vencer! ¡Abandono el fruto de mi trabajo a orillas de un torrente!
Se acercó, aleteando su futuro cadáver sobre la brisa,
para dejar como testigo al último jadeo de la noche.
¡Y sabe, oh extranjero, que heredas el único tesoro del beduino, que mi alma se tranquilizaría su supiese que mi corcel Katul ha de tener en ti un jinete digno de su belleza!
Te pertenece ahora, amor.
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