De
este lado de la acera.
El hombre avanza, viniendo de este lado a aquél. Cambia de parecer, de repente.
Aquel lado ya no le apetece; hay gente que corre presurosa al lado que acaba de dejar. Mirada y cuerpo dan la vuelta hacia éste. Pero
justo allí, éste ya es aquél: también las personas buscan aquél lado. De nuevo gira, y aquél se transforma otra vez. El hombre se confunde, gira como un trompo indeciso hacia qué lado caer. El camión no
alcanza a frenar.
De
aquél lado de la acera.
El viejo y gotoso tiburón de calle no alcanza a frenar. Con la cabeza reventada
(sesos escurriendo por la espalda manchando indeleblemente la camisa azul
cielo), el cadáver corre a la estación de policía más cercana; llevará hasta
las últimas consecuencias aquel atropello contra su persona. La autoridad no
aceptará su demanda: ¿quién, hoy día, le cree a un atropellado?
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