Ir al contenido principal

Casa de citas: Del origen de los cuentófagos

Las citas las tomo de: Ruth Behar, Cuéntame algo, aunque sea una mentira: Las historias de la comadre Esperanza. FCE, México, 2009.

(...)

El otro dice, ¿qué te voy a platicar? Y uno le contesta: pues platícame algo, aunque sea una mentira. Porque uno de por sí es feo. Y luego, si uno está haciendo mala cara, es peor. Para no estar uno serio, no estar tan feo, es mejor platicar una mentira y reirse un poco. (p.26)

(...)

En la cocina pintada de color verde hierbabuena, Esperanza me recordó que las historias son para ser contadas en la noche, por el puro placer de llenar el tiempo. Me hizo recuperar la fe en el poder de las historias para crear vínculos entre desconocidos, para sanar las heridas, para cruzar las fronteras, para transformar el desespero en esperanza, para encantar al desencantado. (p.34)

(...)

Esa es una gran lección antropológica que me enseñó: no podemos vivir sin historias. Nuestra necesidad de ellas es tan grande, tan intensa, tan esencial, que perderíamos nuestra condición de humanos si dejáramos de contar historias sobre lo que creemos que somos. Más importante aún: si dejáramos de querer escuchar las historias de cada uno. (p.39)

(...)

Hace diez años creía que si cada mujer pudiera contar su historia y ser escuchada, podríamos cambiar el mundo. Todavía lo creo, incluso en este momento. (p.39)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Comentario: Mira por dónde (Savater)

1. EL LIBRO Entre mis desordenadas manos cayó, a principios del mes pasado, la “autobiografía razonada” –tal es el subtítulo- de Fernando Savater, titulada Mira por dónde (Taurus, Bogotá 2003). No es gran cosa, si se atiene el lector a las difusas exigencias de la alta literatura o la alta filosofía, pero es esplendorosa e indecentemente (para aquéllos) alegre . Creo que tal calificativo gustaría al autor, tan despreocupado de autoridades eruditas, tan humano en esa cotidianidad que a todos nos envuelve y que nos aleja de los eminentes, tan burlón de estos. Es un libro alegre. Algunos alzarán la ceja. Le comenté a un amigo, filósofo, que acababa de leer “un libro ligero de un tal Savater, español, creo” –dicho así tan sólo para picarle la lengua-. “Es un filósofo vasco”, me respondió, “que ni es filósofo ni es vasco”. Suficiente elogio. Algo así cuenta Savater, respecto de alguno de sus amados autores: basta la prohibición de alguien muy serio, para saber que encontraremos algun

Copy-paste: Adivinanzas

Año noventa y algo... Doy un taller de literatura, en Urabá, con desplazados. Alguno de ellos me regalan estas adivinanzas. Viene ahora el adivine. Al final, las respuestas... EL ADIVINE... (1) Yo si lo tengo, que Dios me la dio, y le sirve más a otro que lo que me sirve a yo. (2) Quien lo hace no lo quiere, quien lo goza no lo ve, quien lo ve no lo desea por muy bonito que esté. (3) Las mujeres por el orgullo se dejan romper el cuero. Las bolas quedan colgando y el palo tapa el agujero. (4) Al pasar por una pila me encontré una alimeta. Tiene nombre como gente sin que le falte una letra. (5) Sobre tablón, tablón. Sobre tablón, ventana. Sobre ventana, lucero. Sobre lucero, monte. Sobre monte, pasajero. LAS RESPUESTAS... (1) El nombre. (2) El ataud. (3) Unos aretes. (4) El Martín pescador... Sí, lo sé: ¿qué es eso de "alimeta"? No lo he encontrado en ningún diccionario de regionalismos, pero según me decían allí en Turbo, se refiere a un &qu

Arriba, abajo

  1. La primera taza de café, justo antes de comenzar la mañana. Gemelas siamesas entrelazadas, esa taza y esa mañana. En la penumbra, el abuelo encendiendo los fogones para iniciar el origen, como en tantas otras madrugadas cuya presencia jamás vas a palpar de nuevo. El hágase del tiempo primigenio se encarna en los pasos lentos de los morrocoyes del patio de adentro, para apacentar el poco antes del resplandor que alzará entremezclados en copas de tumultuoso follaje, el primer alborozo de pájaros y las claridades mensajeras del primer calor. El agua hierve y reposa enseguida. Con ella y en ella, se sosiega el polvo del café, y fluye luego a cuatro pequeños pocillos para alzarse de ellos con su oloroso vaho, esparciendo su aroma por toda la casa como la cal que con cuidado esparce sobre las espesas paredes el viejo obrero que cada año las recompone, y aún un poco más allá, hasta la carrilera que saluda a la verja principal y conserva el paso invisible de los cuatro vecinos que ya han