Las citas las tomo de: Ruth Behar, Cuéntame algo, aunque sea una mentira: Las historias de la comadre Esperanza. FCE, México, 2009.
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El otro dice, ¿qué te voy a platicar? Y uno le contesta: pues platícame algo, aunque sea una mentira. Porque uno de por sí es feo. Y luego, si uno está haciendo mala cara, es peor. Para no estar uno serio, no estar tan feo, es mejor platicar una mentira y reirse un poco. (p.26)
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En la cocina pintada de color verde hierbabuena, Esperanza me recordó que las historias son para ser contadas en la noche, por el puro placer de llenar el tiempo. Me hizo recuperar la fe en el poder de las historias para crear vínculos entre desconocidos, para sanar las heridas, para cruzar las fronteras, para transformar el desespero en esperanza, para encantar al desencantado. (p.34)
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Esa es una gran lección antropológica que me enseñó: no podemos vivir sin historias. Nuestra necesidad de ellas es tan grande, tan intensa, tan esencial, que perderíamos nuestra condición de humanos si dejáramos de contar historias sobre lo que creemos que somos. Más importante aún: si dejáramos de querer escuchar las historias de cada uno. (p.39)
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Hace diez años creía que si cada mujer pudiera contar su historia y ser escuchada, podríamos cambiar el mundo. Todavía lo creo, incluso en este momento. (p.39)
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