Gemía, revolcándose sobre su cama. La evidencia corporal apunta a un sueño inquieto, del cual ni el cronista ni el evangelista pueden decir una palabra cierta, aunque sea cierto. “¿Qué sueñas Jesús, corderillo mío?”, podría haber dicho María, si ella no estuviera ya muerta, y aún podría consolarlo y Jesús abrazarse llorando a su regazo si no tuviéramos miedo que personajes tan egregios mostraran sentimientos tan comunes –rayando incluso en la cursilería– de humanidad que puedan atentar, de algún modo u otro, con la dignidad realzada que le han otorgado las culturas a través del tiempo, que solo admiten el lloro femenino ante el próximo cadáver, y esto como simple simulación de lo que ya no será cadáver, y la magnífica tranquilidad de un hombre ya ajeno al dolor, que en cada latigazo y golpe conserva su sobrehumana entereza, ejemplo último de humanidad. ¡Ay! , estaba escrito, ¡Ay! , estaba escrito, ¡Ay! , estaba escrito, ¡Ay! , está cumplido: inclinó la cabeza y entregó (con absol...