Detrás del ángel, un cuervo.
Todo lo que quedó fue un doloroso deseo. Quién de ellas, en su llanto que congestiona la mirada, no hubiera preferido verter lágrimas sobre la tierra familiar al pie del osario merecido, en vez de confundirlas con el lamento frente a la indiferente tropa mientras los cuervos se disputan los restos. Quién de ellos, en su contenida mirada de furia, no hubiera preferido mesarse las barbas en el círculo del patio familiar a la luz de los candiles, en vez de dejarlas agitar al viento vacío del desierto mientras aprietan los puños inútiles bajo las raídas mantas.
Detrás del cuervo, un ángel.
Inevitable que la noria de los oficios cotidianos oficiara de oferente, con sus discretos tañidos, al día siguiente, al mes siguiente, al año siguiente. En tanto, a quienes les fue arrancado el corazón, siguieron latiendo. Las mujeres tejieron sus trenos en voz baja, y los que curtían sus pies por los caminos polvorosos recogieron aquellos hilos frágiles para dejarlos colgados en las puertas de algunos escribas, sin importar que casi todos ellos, muy poco después, se preocuparan más por tallar mármoles que por tejer mantas que cobijaran a la que moría sin consuelo posible.
Detrás del ángel, un cuervo,
detrás del cuervo, un ángel…
Todo lo que quedó fue un doloroso deseo. Quién de ellas, en su llanto que congestiona la mirada, no hubiera preferido verter lágrimas sobre la tierra familiar al pie del osario merecido, en vez de confundirlas con el lamento frente a la indiferente tropa mientras los cuervos se disputan los restos. Quién de ellos, en su contenida mirada de furia, no hubiera preferido mesarse las barbas en el círculo del patio familiar a la luz de los candiles, en vez de dejarlas agitar al viento vacío del desierto mientras aprietan los puños inútiles bajo las raídas mantas.
Detrás del cuervo, un ángel.
Inevitable que la noria de los oficios cotidianos oficiara de oferente, con sus discretos tañidos, al día siguiente, al mes siguiente, al año siguiente. En tanto, a quienes les fue arrancado el corazón, siguieron latiendo. Las mujeres tejieron sus trenos en voz baja, y los que curtían sus pies por los caminos polvorosos recogieron aquellos hilos frágiles para dejarlos colgados en las puertas de algunos escribas, sin importar que casi todos ellos, muy poco después, se preocuparan más por tallar mármoles que por tejer mantas que cobijaran a la que moría sin consuelo posible.
Detrás del ángel, un cuervo,
detrás del cuervo, un ángel…
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