El texto que reproduzco, cuya traducción de fue proporcionada por Javier Giraldo, proviene de: Sawicki, Marianne, Seeing the Lord. Minneapolis, Fortress Press, 1994, p. 9
En quinto lugar, Jesús fue violado sexualmente. Como preso político que fue “desaparecido” por un escuadrón de la muerte, él fue totalmente vulnerable a la tortura, mediante la cual los mercenarios imperiales se divertían ellos mismos luego de un arresto clandestino y un juicio a media noche. A la luz del día Jesús murió desnudo, frío, ensangrentado y desgarrado, bajo la mirada desdeñosa de los hombres que se habían apoderado de él. Las miradas de ellos sobre el crucificado se han prolongado estéticamente en las tradiciones de la imaginería occidental. El cuerpo retorciéndose sobre una cruz dorada y el bebé contorneándose sobre las rodillas de la madona son representaciones artísticas estereotípicas de la sexualidad humana de Jesús que nos resultan familiares, a través de las cuales él era tan vulnerable como cualquiera de nosotros. Su frágil humanidad fue la pantalla sobre la cual se proyectaron y ejercitaron las pasiones de otros. La mirada del torturador que lo convertía en objeto no era todavía una visión del Señor Resucitado, pero era una condición previa de tal visión. La mirada ultrajante hacía de Jesús una mera carne apropiada para la matanza; esa fue justamente la manera de ver que la visión de la resurrección desbarató y anuló. Convertido en víctima, Jesús fue identificado con otras víctimas que hicieron uso de él para oponerse y para subvertir las prácticas dañinas que constituían las relaciones de género, raza y clase a lo ancho de la sociedad greco-romana del siglo primero.
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