Había pensado en escribir un perfil airado, no porque lo merezca por algún mérito de su vida académica o administrativa -que no ha sido más que una suma de obsesiones situadas en donde nunca debieron estar-, sino por la furia que me provocó.
El material estaba al alcance del tintero. Su constante necedad, su palabra abundante de las espesas burbujas de su sombra, el gesto despectivo e hiriente de aquel que se ha sentado en algún trono. En algún momento pensé en Becerrillo, gruñendo y meando a diestra y siniestra. Pero logré recordar aquella sombra que acompañaba a Chihiro, y la bruja que hubo de buscar Kiriku. El recuerdo me llevó a considerar más que necedad, un tartamudeo ansiando vocablo de promesa, más que sombra un vaho de irreparables pérdidas, más que trono una falsa cuna de lacerantes tentáculos. Como un cachorro ladrando, con desespero y en medio de su abandono, tras las bambalinas de Oz.
Quedé desconcertado. Decidí no tocar la superficie de la tinta ante un perfil que muere, como si fuera mínima y molesta brisa al oído.
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