Las citas provienen de La Arboleda Perdida (Barcelona: Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2003. Parte 1 y Parte 2) de Rafael Alberti. El título que acompañan al fragmento transcrito es mi propia arbitrariedad, que así imagina lo que contiene la palabra propuesta.
Fantasma:
- Aquí no queda nadie. De aquí todos se han ido – me respondió la voz del jardinero… (sp, 250)
Nocturna:
Influido por no se qué exposición, vista en Madrid, de malos paisajes pintados con luz de luna, quise yo ensayar lo mismo marchándome, sigiloso, de mi casa, una noche de claro plenilunio a horas que supuse que mis padres dormían. (…) Cuando llegada la mañana mostré a los de mi casa mi Puerta de Alcalá iluminada por la luna, separando a uno de mis hermanos, al mayor, que sonreía burlonamente, le dije:
- Para que veas tú también que se puede salir de noche sin necesidad de ir de putas. (pp, 134-135).
Oscura:
Como mi padre siempre andaba de viaje por el norte de España, representando no ya los vinos suyos, sino los de otra casa importante de El Puerto, y nosotros que aún éramos pequeños vivíamos con mi madre, puede decirse que comenzó en mi vida el verdadero y tiránico reinado de los tíos. En todas partes me los encontraba. Salían, de improviso, de los lugares más inesperados: de detrás de una roca, cuando, por ejemplo, convertía la clase de aritmética en una alegre mañana pescadora entre el castillo de la Pólvora y Santa Catalina, frente a Cádiz; o tras una pirámide de sal, la tarde que el latín me hacía coger la orilla de los pinos, en dirección a San Fernando. Tíos y tías por el norte, por el este, por el oeste, por el sur de la ciudad y a cualquier hora: al mediodía, a las tres, bajo la violencia de los soles más duros, al doblar una esquina, fijos en el portal menos imaginado; a las ocho, de noche, en el banco de piedra de algún paseo solitario, o hablando solos, de rodillas, en el rincón oscuro de la iglesia más apartada. Fueron ellos los que denunciaron a mi madre que yo tenía una novia, perdida allá en lo alto de un tejado; mis viejas tías, ellas, las que escribieron al rector del elegante colegio jesuíta de San Luis Gonzaga, acusándole mi absoluta falta de recogimiento durante la misa diaria del curso; tía y tíos, también, los que celosamente consiguieron mi expulsión fulminante del religioso centro de enseñanza y, con esto, la pérdida total del cuarto año de bachillerato, que ya abandoné definitivamente por la pintura al trasladarse mi familia a Madrid, en el año de 1917. (pp, 19)
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