Oficio:
¿Era un historiador? ¿Un novelista? Era eso y mucho más: un espiritista y un zurcidor de fantasías, un coleccionista de fragmentos de la vida que a nadie le importaban, ni siquiera a sus protagonistas, y en los que muchas veces está una inesperada explicación del universo, “más o menos”, según sus propias palabras, o por lo menos la explicación de un destino, de una tragedia, de un instante, de una decisión que no solo implicaba a quienes la tomaron sino a muchos otros, acaso desconocidos y ajenos a ella, como si todo por debajo de la vida estuviera conectado, como si el mundo fuera un tapiz y cada hilo que se remueve o que se quita en el revés lo arrastrara todo consigo, las claves de cosas que pasan al otro lado de la Tierra, ondas tenues que vibran y llegan a algún lugar muy lejos, una botella de náufrago. Esa era su teoría: que hay que ir recogiendo y guardando los restos de todo, sus escombros. Y cuando uno junta eso, decía, allí está la verdadera trama de la vida.
Fuente: Constaín, Juan Esteban. Cartas abiertas. Bogotá: Penguin Random House, 202, p.31
Pandilla:
¿A qué se debe el atractivo de la pandilla? A poder disolverse en ella con la sensación de afirmarse. ¡La hermosa ilusión de la identidad! Todo para olvidar esa sensación de ser absolutamente ajeno al universo escolar, y huir de aquellas miradas de adulto desdén. ¡Son tan convergentes, esas miradas! Oponer un sentimiento de comunidad a esa perpetua soledad, un allá a este aquí, un territorio a esta prisión.
Fuente: Daniel Pennac. Mal de escuela. Bogotá: Mondadori, 2009, p.30.
Reloj:
Deja pasar las horas sin sentirlas, /que no quiero medirlas /ni que me notifiques de esa suerte /los términos forzosos de la muerte; /no me hagas más guerra, /déjame y nombre de piadosa cobra, /que harto tiempo me sobra /para dormir debajo de la tierra.
Fuente: Quevedo, Francisco. Antología poética. Editado por Jauralde Pou. Madrid: Espasa Calpe, 2007, p.306
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