El pasado 30 de enero me detuve a comentar el prólogo e introducción de la obra del autor mexicano.Retomo, para referirme a su primer capítulo.
Fuente: Villalobos Mendoza, Manuel. Jesús, cuerpo sin órganos en el evangelio de Marcos. Madrid: Editorial Trotta, 2024.
Capítulo 1: La familia queer de Jesús (Mc 3, 20-35; 6, 1-6) [pp.31-60]
Como entrada, realizo un breve recorrido sobre la exposición del capítulo. Éste se motiva desde una afirmación de Joel Marcus en su exégesis sobre el evangelio de Marcos, a propósito de la dureza con la que se trata a la familia de Jesús y la pregunta de la razón para ello. En continuidad con esta inquietud, Villalobos propone analizar “la actitud negativa de Jesús para con su familia”, e indica que, “en cuanto CsO, derriba [o transtorna] dos de las instituciones sagradas del mundo bíblico: el sistema religioso opresor (…) y su propia familia patriarcal”, y genera “nuevas alianzas y ensamblajes de cara a la nueva casa/familia/parentesco de Jesús” [JcO 32].
El primer análisis refiere el movimiento territorial de Jesús, que caracteriza por su no-estabilidad (“cualquier lugar puede ser visto como una señal de que el reino de Dios ha llegado”: JcO 32) en contra de la estabilidad que suelen solicitar las “instituciones sistemáticas de poder” [JcO 33]. La inestabilidad esboza, en Marcos, un paisaje de casas-anónimas y disfuncionales que, desde Deleuze, se entiende como no-lugar o espacios cualesquiera, espacios liminares, singulares, simbólicos, [JcO 34-35]. Estos no-lugares destruyen y superan las “alianzas familiares con otras casas e instituciones que promueven el poder sobre el servicio, la ley sobre la compasión y la fidelidad al templo sobre Dios” [JcO 36], y “podría[n] verse como un campo de experimentación, un espacio para encontrarse con amigos y extraños, un lugar para explorar, un lugar para mostrar la fidelidad, y un lugar para enseñar y aprender” [JcO 37]. Por esto mismo, se constituye como espacio nómada y en perpetua fluidez, que se niega “a ser atado por familias, instituciones, leyes, categorías y definiciones” [JcO 38].
Lo anterior sirve de marco al segundo análisis, ya referido a la familia de Jesús. Al romper con el lugar habitual, al desterritorializarse de casa y parentesco, al abrazar y bendecir “el territorio que no está fijo a un espacio/lugar” [JcO 41], se enmarca el comportamiento de Jesús como desviado (queer) o peligroso, se le configura como nadie (¿alude a los planteamientos de Crossan?), como mestizo (término de Anzaldúa), como loco; por demás, tales configuraciones tienen fuerza performativa. En este sentido, “La familia de Jesús mata psicológicamente al hijo amado de Dios al condenarlo al campo de contaminación y maldición. Incluso podemos afirmar que son ellos los primeros en iniciar un proceso violento contra el cuerpo de Jesús”. [JcO 42]
No sólo los familiares de Jesús desean controlar y atrapar al loco; así también los escribas o autoridades religiosas, quienes “vienen a diagnosticar lo que es correcto y propio, y a determinar quién representa a Dios y quién es un impostor”, [JcO 44] dictaminando a Jesús como poseído. El tercer análisis indica que “El CsO de Jesús lleva en sí la marca de la desorganización en todos los niveles (cuerpo, alianzas y teología)”, de manera que “el organismo religioso oficial (…) quiere organizar a Jesús a cualquier precio” [JcO 46].
Confluyen estos elementos en el cuarto análisis que se centra en el devenir de territorios y alianzas. En la perícopa de Mc 3, 31-34 se insiste en la oposición dentro-fuera, donde madre y hermanos de Jesús “han sido adoctrinados para creer que Dios no puede realizar ningún milagro fuera de esas instituciones”, a la par que el desterritorializado “Dios está entre los nadies” [JcO 48]. Aquéllos “están aquí para ejercer poder sobre el cuerpo de Jesús, no para solidarizarse con un cuerpo contaminado”(nota1), y éstos son quienes le rodean y “con su cercanía estable («sentados en torno»), muestran su adhesión a él y su mensaje” [JcO 49]. Aquellos prestan sin querer la noción que dicen representar (casa, familia, hermanos), y desde éstos Jesús redefine sus propias nociones en un nuevo ensamblaje de lo dislocado, donde ya no hay centro y se configura una comunidad rizomática, es decir, nuevas formas de existencia e interacción incluyentes, a partir de ensamblajes o constelaciones complejas y variables [JcO 51-52]. Aquellos se encuentran sujetos a los escribas y su doctrina [JcO 48], y éstos experimentan “la gracia de Dios de forma no jerárquica” (advirtiendo que esto tiene un precio) [JcO 52].
El quinto análisis considera esta gracia en tanto devenir de una alianza, y no proceder de una filiación: “La filiación procede a través de la lógica binaria en torno a un punto centralizado (el déspota, el rey-filósofo, el padre), mientras que la alianza extiende líneas que no están estratificadas ni cuadriculadas sobre pivotes/puntos focales raíz” [JcO 56]. Esto ayuda a entender la omisión del padre, forma antigenealógica para no reproducir la relación patriarcal (desde allí intentan controlar a Jesús, p.ej., en Mc 6,3) y de afincar un reino rizomático incluso a pesar de las oposiciones internas que aún se alían con el Padre (cfr.Santiago y Juan, Mc 10,35). Este reino y su Dios rompe lazos patriarcales y siembra semillas (replanta y desentierra -Mc 4, 1-20-, contrario al Dios que siembra y siega -Mt 13, 24-28-) tales, que incluso Pedro (Mc 10, 28-31) y dos padres (Mc 9,24; 15,21) tienen la posibilidad de devenir discípulos (JcO 58-59).
Algunas consideraciones sobre este recorrido. Ya en la introducción advirtió Villalobos la intención hacer confluir las nociones de Deleuze y Guattari “con la idea que Jesús tiene del reino de Dios”, y lanzar la hipótesis “que probablemente Jesús fue el primero en lograr el CsO” [JcO 28]. Dichas nociones se juegan aquí sobre los espacios-cualesquiera, devenir, nomadismo, desterritorialización, alianza, rizoma, entre otros, y la “idea de Jesús” se alimenta de consideraciones exegéticas de diversos autores -algunos de ellos “clásicos”, cuyas breves pero certeras observaciones se suelen pasar por alto. El aparato teórico deleuziano es tomado no en estricto rigor, sino como una serie de nociones útiles “para descubrir cómo el cuerpo de Jesús afecta a otros cuerpos y cómo esos otros cuerpos funcionan (o se ensamblan) como un inter-reino de nadies” [JcO: Introducción 22].
Este capítulo sirve de primer ejemplo para este “descubrir”. Si los ‘cuerpos’ suelen funcionar como “obsesión (…) [de] personas, culturas, instituciones y sistemas por «organizar» el cuerpo humano” desde el poder [JcO: Introducción 23], el CsO de Jesús acontece de diversa manera sin jerarquías. Por demás, si bien al Jesús de la historia se le puede suponer en un lugar situado como Galileo del siglo I con toda la carga cultural del siglo I, también es posible suponer que experimentó un devenir queer que el autor del evangelio de Marcos captó en las perícopas que esboza, perícopas que por alguna razón quedaron en su redacción lo suficientemente “raras”, como para ser sometidas posteriormente a ajustes redaccionales. Esto puede deberse al mismo carácter performativo del lenguaje: si “el lenguaje es aquello que hacemos” [JcO 43, citando a Buttler], lo que ofrece Marcos queda demasiado abierto al rizoma, por lo que, desde el poder, habrá que volverlo árbol.
Nota 1: “Debemos tener claro que Jesús no rechaza a su madre y hermanos; es al revés: su madre y sus hermanos deciden no entrar en el círculo de Jesús”: ellos no aceptan su vocación, y a la par, Jesús no puede reconocerles su parentesco. [JcO 50]. Jesús “podría tener miedo de volver al hogar tradicional donde su cuerpo estaría esclavizado por las leyes y las tradiciones; y los inmundos (…) quedaría excluidos” (JcO 51), indicándolo así desde las palabras de Anzaldúa: “Yo no traicioné a mi gente, sino ellos a mi. De modo que sí, aunque el «hogar» permea cada tendoń y cada cartílago de mi cuerpo, a mi también me da miedo ir a casa” (JcO 50, nota 58)
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