Un fantasma recorre la historia: el
fantasma del otro como enemigo,
terrorista, ladrón, vago, mendigo, de ese otro que no somos pero que tanto
ansiamos definir sin definir, para que sea eterno rostro de la eterna
persecución que nos hace eternamente puros. Es la historia vieja y siempre
nueva, donde se narra en palabras o
imágenes plásticas la unión en torno al tercero maldito, unión que disimula
todas nuestras violencias internas.
El país volvió a recordar, durante un
jueves del mes de Julio, tales formas de entender la existencia. Gárgolas
pétreas se reunieron en un prestigioso club para, de nuevo y desde siempre,
refundar la patria sobre la idea tan elemental y tan efectiva de la persecución
y el señalamiento. Tal fue la anécdota emergente, pero junto a ella, tantas subterráneas,
cotidianas, cíclicas.
Una de estas anécdotas ocurrió 18 años
atrás, en uno de los barrios de alguna mediana ciudad del país. Originalmente
de clase media-alta, el barrio ha devenido en barrio traqueto. El día a día es la ostentación en su larga calle: mujer
siliconada paseando su rottweiler frente a mujer siliconada paseando su akita;
pickup blindada frente a pickup blindada; guardaespalda frente a guardaespalda…
En medio de las mutuas exhibiciones y emulaciones, no faltan los conflictos,
insultos, disputas, uno que otro ajuste de cuenta a bala limpia… Una tarde,
mientras los vecinos departen en tensión en los antejardines de sus casas, a
mitad de cuadra se estrella un taxi. Sale de él el conductor, gritando auxilio
y ensangrentado. Detrás suyo y cuchillo en mano, el atracador presto a huir:
niño negro, descamisado, flaquísimo, no más de diez años. ¡Malparido cójanlo!, es el primer grito de batalla. Lo atajan,
empiezan a golpearlo, salen más vecinos. En breve, el muchacho es un guiñapo
sanguinolento. Patada va, puño viene, en tanto animan los niños (sus
videojuegos hechos realidad) y las siliconadas mujeres de dulces voces: ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! Alguien que sale del
grupo, agotado de tanto golpear, va diciendo en voz alta: Eso es lo que hay que hacer: esos hijueputas son los que nos tienen
jodidos! Quien observa para luego contar, ha sido prudente: no ha dicho ni
mú, se ha limitado a ser testigo de una comunidad feliz que encuentra su punto
de comunión después de tantas disensiones. Condición de paz y de conquista para
la comunidad humana.
Tan sólo una anécdota más de lo que forja
el país en ese momento y en los próximos años. Pero también de lo que viene de
tan atrás, tanto, que parece perdido en el tiempo. Un rey desea conquistar la
ciudad de Troya –sean cuales sean las razones, siempre buenas habrá–, pero para
tal logro el oráculo le exige el sacrificio de su hija; el sacrificio se
realiza, la tropa se entusiasma, sopla el viento y las naves surcan los mares
hacia la batalla, hacia la conquista, hacia el centro del mundo. No será
Agamenón quien muchos siglos después se pronuncie en un medio de prensa local,
sino tan sólo un general de la república: La
institución antes que la vida, dirá.
Son asuntos por el bien de la patria.
Incluso Jefté: el buen juez prometió a Yahvé, de otorgarle su victoria sobre
los ammonitas, ofrecer “en holocausto” al “primero que salga de las puertas de
mi casa a mi encuentro”. Pasada la batalla y la victoria, fue su única hija
quien salió “a su encuentro, bailando al son de las panderetas”. La muchacha
entendió las lágrimas de su padre, y aprobó: “haz conmigo lo que salió de tu
boca” (Jueces 11, 29-40). De esta muchacha el redactor bíblico no menciona el
nombre, pero podría llamarse Ifigenia. Viene hacia ella Agamenón para amarrarla
y someterla al sacrificio exigido para conquistar las puertas del enemigo. Dice
Eurípides que ella se somete: “¡Amárrame firmemente, Padre, y hunde el cuchillo
en mis carnes, para que se cumpla la voluntad del Dios!”. Pero tenemos que
hacer una pequeña corrección: las anteriores palabras no son las redactadas por
Eurípides: pertenecen a Isaac, en la leyenda medieval que se atreve a poner
palabras en su boca.
Esto, al parecer, siempre fue obra de
redactores posteriores. En la leyenda original, Isaac no habló: hemos de
suponer, desde la sensatez, que estaba puteando a su padre que le iba a matar,
o por lo menos gritando aterrorizado al ver el cuchillo en alto. Es el detalle
que Sófocles no pasa por alto, aunque lo censura: en su versión, Ifigenia se
revuelca y lanza “imprecaciones contra su familia”. Son los mismos insultos de
la hija de Jefté que el redactor sacerdotal no se atrevió a admitir, las mismas
quejas y súplicas que un ladronzuelo lanzaba a sus verdugos, las mismas
peticiones a poner la vida antes que las
instituciones.
Éste es, precisamente, el Otro fantasma que recorre la historia.
Frente a ese Otro fantasma que grita
por su reconocimiento frente a quienes le anulan como humano, es que se
reunieron las Gárgolas del país, convocando su propio fantasma mortífero con el
cual combatir a aquél. Por esto mismo, toda gárgola es de piedra y está sorda:
el clamor dolorido de la multitud jamás llegará hasta su altura.
En los años que vienen, ¿qué fantasma recorrerá la historia?
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