La reina atraviesa el umbral y, yendo por un pasaje
secreto, se introduce en el pequeño armario de la abuela. A través de la
rendija de la cerradura vislumbra a quienes se encuentran en su cuarto,
esperándola, cada uno con un ansia diferente: el gato negro, el leopardo, el
mago malvado, y tu hermano el príncipe enano.
El leopardo tiene pose de ataque, fauces abiertas y
pupilas dilatadas, aún indeciso sobre cuál de los tres abalanzarse. El mago murmura
–sabes que se dirige a ti– que ya puedes tomar venganza sobre tu hermano y el
gato. Sientes palpitar la tragedia, pero te sabes protegida por las puertas del
armario. El leopardo se mueve, y se levanta sobre sus patas traseras, frente al
gato. Es una exageración: el gato no ha pedido, no merece, tal venganza.
Entreabres la puerta del armario y llamas quedamente al gato; éste huye y se
refugia contigo. El leopardo se transforma en puma, y frustrado, ataca a tu
hermano. El uno huye, el otro persigue.
De pronto, la puerta del armario se vuelve un
cristal claro, y el cristal empieza a desvanecerse. Con terror, la reina cae en
cuenta que la puerta es tan sólo una imaginación que deja su concreta
existencia si se pierde la concentración, como ahora ocurre. El puma se da
cuenta, y se abalanza. La reina, con miedo, ajena, no puede concentrarse. El
puma se acerca, asoma la cabeza, abre sus fauces. La reina alza la mano y la
pone sobre ella, única manera de evitar su mordida. La única gota de sangre que
cae le obliga a mirar un pedazo de roto espejo, donde, como si de un armario se
tratase, se asoma tu ojo asustado.
Comentarios