Estos traspapelados quizás sean del año 1989 o 1990.
ESBOZO DE CASA
ESBOZO DE CASA
La puerta, quicio donde rugen y entrechocan las mareas, o bien chapa segura y madera firme o metal, según ofrezca el fabricante.
La ventana, tremor del mundo donde los pájaros de la semilla reposan el mar encendido, o bien útil entrada de luz para iluminar las labores de la abnegada ama de casa.
El piso, opaco por la mancha de café que dejó el paso de los desordenados amores, o bien la bien lograda geometría de las junturas gracias a la confiable empresa cementera.
El techo, Atlas que suspira sobre sus hombros el universo entero, o bien la tapadera al abismo de la lluvia, el viento y la estrella.
Los muros, murmullo de los fantasmas que pican el pan en la eterna mendicidad del beso, o bien los cuatro lados que delimitan el tomarse en serio la vida.
Las diferencias son abismales, como en un sueño que navega hacia otro sueño. Hay que explicar a los niños, con toda claridad, la diferencia entre una casa y un cubo.
ESBOZO DE PATIO
Pálpito matutino. Se despereza el patio. Lento. Se expande y agiganta. Pétrico. Hasta llegar a la reverberación del mediodía.
ESBOZO DE PALABRA
Como un viejo libro, las palabras.
Arropadas con el polvo de siglos, bajo las estrellas,
hasta que una mano las abre, y sueltan
las esporas del penetrante murmullo.
Pasos, mampostería de ladrillos palpitantes, lenta
carpintería de puertas y ventanas, deslizándose
hacia el patio que se levanta con su árbol necesario,
bajo cuya sombra cobija la meditación del gato
y la fiesta del domingo con sus azares de amores
y abusos escondidos bajo la tierra
que riega el cielo a medianoche para cantar
la cuna de las estrellas,
para que haya Hogar, y se ore.
Mas en ocasiones, feroz lotería,
no tanto palabra como golpe se asoma
una sarza ardiente, trampa mortal, inesperada,
por entre las verjas o entre las grietas de las telarañas,
exhalando su olvido negro, para
inaugurar el derrumbe.
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