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Del Cuaderno Morado (y 5)

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Quien escribe con lento murmullo, quien lee con frágil paso, al hacer frente al espejo escucha la pregunta que la imagen le devuelve: "Dime, ¿quién eres tú, sólo, tú mismo y sin nombre?" Así redactada, como la redactó Tolkien en boca de Tom Bombadil, es la gran pregunta. Las palabras que se recitaban en la sala de la doble Maati (en El libro de los muertos): "¿Quién eres tú? ¿Cómo te llamas?"
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Días contemporáneos, en una caricatura. Olafo camina con su hijo, y revela: "El secreto es destruir antes de que te destruyan". Inquieto el hijo, Hamlet, pregunta: "¿Y si el otro ni siquiera piensa destruirte?". Con calma y firmeza, el padre aclara: "Es el riesgo que debes correr".
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Habitar la tierra, titula Helio Gallardo uno de sus libros. Cama, Mesa, Juego, las tres habitaciones -digo yo- de toda casa común. En cada una, un viaje, un viajero: al filo de la madrugada un Ulises parte, para después de mil noches y una volver a ellas, dejando una evocación feroz en su nostalgia para los herederos.
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Martín orina, en la orilla del océano terroso que es la pampa. Pilar Ternera, sosteniendo en el regazo a Aureliano Babilonia, siente el regreso de los manantiales primarios del tiempo. El verticalísimo crescendo del Boléro de Ravel. Todo junto es un nombre desconocido, más exacto y honrado que el ennuí.

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Comentario: Mira por dónde (Savater)

1. EL LIBRO Entre mis desordenadas manos cayó, a principios del mes pasado, la “autobiografía razonada” –tal es el subtítulo- de Fernando Savater, titulada Mira por dónde (Taurus, Bogotá 2003). No es gran cosa, si se atiene el lector a las difusas exigencias de la alta literatura o la alta filosofía, pero es esplendorosa e indecentemente (para aquéllos) alegre . Creo que tal calificativo gustaría al autor, tan despreocupado de autoridades eruditas, tan humano en esa cotidianidad que a todos nos envuelve y que nos aleja de los eminentes, tan burlón de estos. Es un libro alegre. Algunos alzarán la ceja. Le comenté a un amigo, filósofo, que acababa de leer “un libro ligero de un tal Savater, español, creo” –dicho así tan sólo para picarle la lengua-. “Es un filósofo vasco”, me respondió, “que ni es filósofo ni es vasco”. Suficiente elogio. Algo así cuenta Savater, respecto de alguno de sus amados autores: basta la prohibición de alguien muy serio, para saber que encontraremos algun...

Arriba, abajo

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