Testamento:
La historia de un rey que construye un templo, que va terminando mientras su cuerpo se destruye por la lepra.
Fuente: Juan Antonio Vallejo-Nágera, Mishima o el placer de morir. Barcelona, Planeta 1995. p.29.
Monstruo:
…tomó por su mujer a su hija Bandaguida, en la cual aquella malaventurada noche fue engendrada una animalia, por ordenanza de los diablos, en quien ella y su padre y marido creían, de la forma que aquí oiréis. Tenía el cuerpo y el rostro cubierto de pelo, y encima había conchas, sobrepuestas unas sobre otras, tan fuertes, que ninguna arma las podía pasar, y las piernas y pies eran muy recios y gruesos, y encima de los hombros había alas tan grandes, que hasta los pies le cubrían, y no de péndolas, mas de un cuero negro como la pez, luciente, velloso, tan fuerte, que ninguna arma las podía empecer, con las cuales se cubría como lo hiciese un hombre con un escudo; y debajo de ellas le salían brazos muy fuertes, así como de león, todos cubiertos de conchas más menudas que las del cuerpo, y las manos había de hechura de águila, con cinco dedos, y las uñas tan fuertes y tan grandes, que en el mundo no podían ser cosa tan fuerte que entre ellas entrase, que luego no fuese desecha. Dientes tenía dos en cada una de las quijadas, tan fuertes y tan largos, que de la boca un codo le salían. Y los ojos grandes y redondos muy bermejos, como brasas; así que, de muy lueñe siendo de noche, eran vistos, y todas las gentes huían de él. Saltaba y corría tan ligero, que no había venado que por pies se le pudiese escapar; comía y bebía pocas veces, y algunos tiempos ninguna, que no sentía en ella pena ninguna; toda su holganza era matar hombres y las otras animalias vivas, y cuando hallaba leones y osos, que algo se le defendían, tornaba muy sañudo y echaba por sus narices un humo tan espantable, que semejaba llamas de fuego, y daba unas voces roncas y espantosas de oir; así que todas las cosas vivas huían ante él como ante la muerte. Olía tan mal, que no había cosa que no emponzoñase. Era tan espantoso cuando sacudía las conchas unas con otras, y hacía crujir los dientes y las alas, que no parecía sino que la tierra hacía estremecer.
Fuente: Cap. 11, libro 3. del Amadís de Gaula. Tomo 2: Editorial Nueva Nicaragua: Managua 1988, p.104.
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