Fuente: Crossan, John Dominic. The Power of Parable. HarperCollins Publisher, NewYork 2012.
Fragmento del capítulo 3, "Parábolas de Desafío (1)". La traducción es mía.
(...) ahora expondré una tercera y última interpretación del Buen Samaritano, como una parábola de desafío. En realidad se trata de una paráfrasis de ese relato, no solo con diferentes personajes sino con un entorno distinto, 17 siglos después de Jesús. Aun así, en mi opinión es la más precisa interpretación dada jamás a esa parábola.
El título completo de la novela satírica de Henry Fielding, publicada en 1742, es The History of the Adventures of Joseph Andrews, and of His Friend Mr. Abraham Adams, Written in Imitation of the Manner of Cervantes, Author of Don Quixote. De allí, titula el capítulo 12: “Contiene muchas aventuras sorprendentes que Joseph Andrews encuentra en el camino, poco creíbles para aquellos que nunca han viajado en un coche-diligencia”. El incidente comienza así:
No habían pasado dos millas cuando… se encontró [Joseph] en una calle estrecha con dos hombres, que le ordenaron ponerse de pie y entregar lo suyo. Sin pensarlo, les entregó todo el dinero… y aquellos dos azuzaron con sus palos, con saña, al pobre Joseph, hasta que quedaron convencidos de haber terminado con el ser del infeliz. Luego le quitaron la ropa hasta dejarlo desnudo, lo arrojaron a una zanja, y partieron con el botín.
Joseph comienza “a recuperar sus sentidos en cuanto una diligencia se acerca”, y la escena está lista para un debate sobre los pobres y desnudos como Joseph: detenerse o no detenerse, ayudar o no ayudar, dar vestido o no, trasportarlo o no trasportarlo de la zanja a la posada.
El personal del coche lo conforma un postillón, siervo de bajo nivel que va encadenado al caballo de tiro; el cochero, sentado en la silla superior como conductor; uno de los viajeros es un criado, al servicio de la dama que acompaña. Otros tres ocupantes viajan al interior del coche, una señorita y dos caballeros, uno mayor y el otro “un joven que es miembro de la ley” (Fielding, recordemos, fue un abogado que se convirtió en Presidente del Tribunal de Londres).
En otras palabras, Fielding duplica los tres personajes de la parábola –el sacerdote, el levita, el samaritano–. Y ya que todos los seis están presentes al mismo tiempo, puede entonces ponerlos a discutir acerca de lo que hay que hacer con el hombre de la zanja. Pero aún más importante, establece una séxtuple jerarquía ascendente desde los tres que están fuera del coche hasta los tres que están dentro, desde el postillón al cochero y al lacayo, hasta el hombre de la ley, el caballero y la dama.
Es el postillón quien oye los gemidos que vienen de la zanja e intenta detenerse, pero el cochero no hace caso, diciendo: “Vamos condenadamente tarde, y no hay tiempo para ocuparse de los muertos”. La señorita pide detener el coche para enterarse de lo que pasa afuera, y cuando el postillón informa sobre aquel hombre desnudo, gime la dama: “¡Oh Dios! ¡Un hombre desnudo! Estimado cochero: conduzca usted y marchemos pronto”. El anciano caballero está de acuerdo: “Y hagámoslo con la mayor rapidez, no sea que también nos roben”. Entonces intercede el abogado, pero no exactamente por motivos de compasión o humanidad sino por temor a una potencial responsabilidad legal:
Deseó haber pasado por allí sin haberse enterado de asunto alguno, pero ahora que se podía probar que habían estado allí, si aquel hombre muriera quizás serían llamados para dar cuenta, de alguna manera, de su asesinato. Por tanto, consideró conveniente salvar la vida de la criatura por su propio bien; si aquel hombre moría, por lo menos evitaría que el jurado lo encontrara culpable de haber huido de allí. Así, era su opinión recoger aquel hombre y llevarlo a la posada más próxima.
La dama se opone, argumentando que Joseph no tiene ropas para cubrir su desnudez, y el cochero le secunda, indicando que aquel hombre no tiene dinero para pagar su pasaje. El abogado advierte de nuevo las posibles consecuencias legales:
Pero el abogado, temiendo le sucediera algún problema si dejaban atrás y en tal estado al desgraciado, decía que ningún hombre podía ser demasiado prudente en estos temas, y que recordaba casos extraordinarios expuestos en los libros. Amenazó al cochero con una demanda si se negase a asumir su responsabilidad; si moría aquel hombre sería responsable de su asesinato, y si sobrevivía, estaría dispuesto a presentar una querella contra el cochero.
De manera que el cochero, “tal vez movido por un poco de misericordia por el estado de la pobre criatura”, acepta llevar a Joseph hasta la posada más cercana. Joseph es tan admirablemente modesto, que rehúsa entrar en el coche sin algo que cubra su cuerpo desnudo “para evitar la más mínima ofensa a la decencia”. Esta solución estropea un buen resultado:
Aunque había varios abrigos en el coche, no era fácil acoger esta solución. Los dos caballeros se quejaron del frío, por lo que no podían prescindir ni de un jirón, y dijeron, con humor e ingenio, que la caridad comienza por casa. El cochero tenía dos capotes bajo sus nalgas, que no prestaría pues no sabría qué hacer con las manchas de sangre. Así mismo se excusó el criado por similar razón y aún por la señorita, pues aunque aborrecían aquel hombre desnudo, aceptaban su presencia. Con todo, lo más probable era que el pobre Joseph, obstinado en su modesta proposición, hubiera perecido, si no fuera porque el postillón (quien es trasladado como reo, por robar gallinas) se despoja voluntariamente de su abrigo, su única prenda de vestir, al mismo tiempo que jura (por lo que fue reprendido por los pasajeros) que “prefiere viajar con su camisa durante el resto de su vida que tolerar que un prójimo esté en tan miserable condición”.
Todos niegan un abrigo a Joseph, y ya que él se niega a subir al coche por pudor, en principio no tiene esperanza de transporte hacia la seguridad de la posada.
Todo el mundo se niega, excepto aquel joven siervo de clase baja, el más soez de todos los viajeros del coche. Es posible que el muchacho sea trasportado por robo hacia Estados Unidos, pues en Australia aún no existían penales. Pues fue esta clase baja, soez y criminal, la única de los seis ocupantes del coche, la que “prefiere viajar con su camisa durante el resto de su vida que tolerar que un prójimo esté en tan miserable condición”. Esto es un caso clásico de parábola de desafío, en la que, es claro, uno de cada tres caminantes se ha transformado en uno de cada seis, y el buen samaritano se ha transformado en el buen postillón.
Primero que todo, tanto Jesús como Fielding dan por sentado que lo que se debe hacer es recoger y transportar a ese viajero golpeado, robado, despojado y dejado medio muerto al borde del camino. Esto hace que sea tan fácil asumir éticamente la parábola, como si fuera una parábola ejemplar de conducta verdaderamente moral. Pero lo que ayuda es el presupuesto tácito, más que el punto principal de la parábola.
Segundo, tanto en Jesús como en Fielding, aquellos de gran reputación se niegan a ayudar, en tanto el de mala reputación es quien hace lo necesario. Acorde a esto, Jesús hace uso del sacerdote y el levita, en tanto Fielding trabaja con la jerarquía del coche de arriba hacia abajo. La dama y el caballero de clase alta, el abogado de clase media, el cochero y el lacayo de la clase baja, todos niegan su ayuda. Tan sólo el más joven, el de la case más baja, el hombre vulgar y que camina hacia un penal, es quien salva a Joseph. Esto es lo que hace que sea una parábola de desafío, pues invierte todas las expectativas y los juicios, las presuposiciones y prejuicios de una sociedad conducida jerárquicamente, como en la que vive Fielding. ¿Qué pasaría en tu mundo si te das cuente que sus “mejores” personas son las que actúan peor, en tanto sus “peores” personas son las que actúan mejor?
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