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Pregunta a María.

¡María, María! ¿Estás segura de lo que dices?

Es obvio que esto apenas puede ser una reconstrucción de sentido común de lo que fue la primera reacción de los discípulos al enterarse de las palabras de María. Cuáles hayan sido exactamente las palabras de María es otro cantar, e incluso, decir cuál María haya sido. 

Los evangelistas canónicos, por lo menos, no proporcionan mayores datos al respecto. En Juan, María Magdalena está desconsolada por la desaparición del cuerpo del Maestro. En Lucas esta María, acompañada de Juana, María de Santiago y “las demás” –que también serían Juanas y Marías–, si bien no encuentran cadáver alguno, por lo menos tienen el privilegio de toparse con dos figuras refulgentes que anuncian “al que está vivo”; por esas cosas del sentido común masculino, el necio de Pedro no comprende nada: se trata de mujeres histéricas, al fin y al cabo. María Magdalena y María son, en Mateo, algo más privilegiadas: después del encuentro con el ángel que les anuncia la buena nueva, se encuentran al mismísimo Cristo, y ante su petición de aviso sólo lograron alertar algunos buenos judíos. Marcos prefiere complicar las cosas: quedan tan impresionadas las Marías (las mismas de Lucas, sólo que acompañadas ahora de Salomé) ante las palabras de un joven resplandeciente, que tiemblan de miedo, huyen y callan; un redactor posterior enmendaría este sonoro silencio.

Precisamente: de este silencio tan ruidoso se trata. No solo no hay palabras para decir lo que ocurrió, lo que se dijo, los sentidos que se cruzaron. Preguntarse por las palabras de las marías es preguntarse por el silencio de las marías, por palabras guardadas que esconden algo más que palabras, algo que sólo sabe volar cuando la complicidad desde el dolor y el desprecio llama a través de otros ojos. Son estas marías, a quien nadie les cree, o muy difícilmente se les cree, o para creerles hay que acomodarlas a las palabras de los creyentes, las que, dicen sin decir los canónicos, fueron el depósito de la buena nueva. 

Serán estas marías las que tanto muerto han cargado. Serán estas marías las que vieron morir en sus manos a sus hijos únicos y queridos. Serán estas marías las que vieron marchitarse la esperanza. Las que recogieron los cadáveres golpeados y descarnados (en el mejor de los casos) o se quedaron anhelando siquiera un pedazo de cabello (en el peor y más común de los casos). Las que, sin saber de dónde surgía aquella confusa tormenta que ahogaba, no quisieron dejar que sus muertos murieran, no quisieron que siguieran muriendo. Serán esas marías las que se pararon al frente del sepulcro, y a pesar de las buenas y sensatas razones, a pesar de la prudencia o del miedo o del terror, a pesar de la burla de sus hombres y de quienes le habían matado, siguieron reclamando la vida de ese cuerpo ya hecho jirones entre los dientes de las bestezuelas, ya hecho humo en la pira de la civilización.

Pero María, María... ¿estás segura de lo que dices?

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