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De la antípoda

Sé que mi vida es mediocre, por completo. Mi vida es, y ha sido desde mi infancia, la implantada rutina, buscando evitar las inquietudes de lo inesperado, o de la aventura. Mi profesión es un ir y venir predispuesto, que me permite cumplir, pulcro, horarios fijos con sus responsabilidades, y redactar informes precisos. Mi vida afectiva es perfecta: nunca lo he hablado con mi pareja, pero desde los primeros años construimos pactos silenciosos donde, de puertas para adentro, los comentarios fáciles y las labores distribuidas nos permiten, por lo normal, ni amarnos en exceso ni despreciarnos con desespero, como si cada uno fuera un gato del otro.

Lo mío no es resignación ni apatía. Algunas personas que alguna vez fueron cercanas –por eso me alejé de ellas: su amistad era excesiva e invitaba a la discordancia– así me lo señalaron. No les di la razón, aunque en aquel momento sin saber por qué. Con todo mi vida, perfectamente apagada, a no ser por el murmullo que inevitable deja cualquier paso por el mundo pero atemperado por mi dejarme sumergir entre la multitud, mi vida plana, digo, nunca me ha molestado.

Pocos meses atrás supe por qué, y estoy orgulloso. La empresa donde trabajo realizó una actividad cultural –no es necesario que me extienda sobre su carácter– y allí supe de la existencia de los antípodas. Ahora sé que en el otro extremo del planeta yo mismo, con mi mismo cuerpo e inteligencia pero ahora genio, lumbrera, activista, deshago toda la grisura que es esta mi vida, y gozo de una fama ascendente y espectacular. Ahora, más que nunca, sé del compromiso profundo por mantenerme en esta mi mediocridad, para que aquel otro que soy yo, me eleve como lucero del alba sobre las mezquindades de aquellos que, como yo, prefieren los murmullos de la trasescena. Mi vulgaridad es mi excelencia en aquel otro que soy yo, y que estoy condenado a no conocer.

Sospecho, claro está, que en este momento debo estar deprimido en aquel otro que soy yo, encerrado y saboreando con desagrado el barro de la rutina. No encuentro otra manera de explicar que, en este momento, escriba yo esto que estoy escribiendo, quitándole unos minutos al informe que debo entregar al terminar la tarde.

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