Recientemente terminé la lectura del libro autobiográfico de John Dominic Crossan, A Long Way from Tipperary: A Memoir. What a Former Monk Discovered in His Search
for the Truth. Muchas cosas para decir de él, pero tan sólo reproduzco (la traducción es mía) algunos párrafos de su introducción. Ellos por sí solos contienen un valor especial:
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(1)
"El no estar donde esperaba estar, es algo que comenzó muy atrás, en los orígenes. Debí de haber nacido en Galway, pero en su lugar la vida comenzó en Tipperary. En 1934 mis padres vivían en Portumna, en el Condado de Galway, donde mi padre trabajaba en el banco Hibernian. Pero la ciudad más cercana que contaba con servicios de maternidad era Nenagh, después de Shannon, en el Condado de Tipperary. Les estoy agradecido por haber ido allí, ya que me proporcionó el título más adecuado para este libro. A Long Way from Galway no habría sonado tan bien. Siendo que yo no esperaba ser o llegar a ser lo que no había planeado que llegué a ser, se trata ahora de un modelo de vida que he llegado a reconocer y aceptar. Una y otra vez, las cosas empezaron de una manera, y terminaron de otra, empezaron aquí y en su lugar terminaron allí. De Irlanda a América, del Monasterio a la Universidad, del sacerdocio al matrimonio, de la vida académica al discurso público".
(2)
Los eruditos nos hablamos unos a otros con un
lenguaje denso de términos técnicos, erizado de notas al pie y referencias,
títulos y desacuerdos. Eso mantiene a los aficionados a distancia, nos da
libertad para elegir nuestro tema sin interferencias externas (a menos que
necesitemos donaciones), nos permite decir más y más sobre menos y menos, y nos
incita a tallar nuestro propio, pequeño y seguro reino, para que nadie más
pueda entrar. Para los eruditos religiosos este sistema tiene especiales
ventajas. Nos protege de pensar cualquier cosa relevante que lleve a la
controversia pública, y si pensamos algo así, lo formulamos de tal manera que
ningún forastero pueda entender. Si uno es, como yo, un experto en el Jesús
histórico y en el temprano cristianismo, quizás sea más sensato evitar
conflictos entre la fe y la historia no solo en el propio corazón y la propia
iglesia, sino también en la propia comunidad pública. Mantenerse en la paz
académica, y dejar que la hiedra que repta por tus muros los cubra con
tranquilidad en torno a tu conciencia."
(3)
[El intelectual público en religión] “vive pública y abiertamente donde la razón se cruza con la revelación y la historia con la fe, e intenta responder de manera equilibrada y honesta a ambas demandas imperiosas. Su trabajo es pensar en voz alta sobre la religión en general, o el cristianismo, por ejemplo, en particular, y hacerlo dentro del discurso público y no tanto dentro de una denominación confesional. Para mí, ese papel significa hablar tan públicamente como sea posible sobre los Evangelios y el Nuevo Testamento, del Jesús histórico y del temprano cristianismo, en un lenguaje que sea fiel tanto a las antiguas situaciones del primer siglo, como a sus prolongaciones en nuestro contemporáneo siglo XXI. Y ‘tan públicamente como sea posible’ no es tanto un asunto de volumen como de claridad, no de grandilocuencia e hipérboles sino de honestidad y exactitud. El propósito no es tanto adoctrinar, sino educar. Y educación significa conciencia de todas tus opciones. La esperanza es por un debate sin caricatura, por un argumento sin burla".
(4)
[Es el tiempo de] “distinguir, en el debate
público, entre la espiritualidad y el sentimentalismo, entre la religión y el
Prozac, entre el bautismo y la lobotomía”.
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