Pedro Miguel y María Belén son dos nombres
que a mí me parecen un sofá mullido
que le invita a uno a descansar.
Hormiguita y cucarrón
de vez en cuando dejan adivinar
en los pasos almidonados
un jardín de bicicletas y pajaritos.
Se asoman tras las paredes como niños traviesos
buscando esos juguetes
que ya se fueron.
CANTO A MIS HERMANOS
Como el tiempo es un caucho que estira y estira
(pero no el caucho que teníamos en el colegio para tirar los papelitos con saliva)
cuando llegas a la casa tienes que reconocer
que no hay nadie durmiendo en las camas.
En una dormía Pedro José
con ese siempre de flaco y grandes ojos
que un día sería la herencia de sus hijos.
En la otra, Juan Fernando,
irrascible en esos días,
ahora gordo y bonachón con barba de conejo.
En la cama grande, pintada de blanco como un barco de papel,
Fabiola Inés dormía pensando en viajes y astros
para después de muchos años seguir esperando los sueños.
Miras y sabes que no hay nadie en las camas,
que ellos están lejos pero que por aquí andan
y como que sus sombras cantan y bailan.
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