Cuando estás solo en casa, puedes hacer tantas cosas... Entre ellas, aburrirte, y así, aburrido sin nada más que hacer, sentarte a escribir. Habrán muchos asuntos para la escritura, pero, cosa curiosa y quizás frecuente, cuando estás solo y tienes 21 años, quizás te creas poeta; además, como a útiles oficios que demandan mayores esfuerzos por lo normal les hacemos el quite, nos colocamos en la terrible labor de escritor. Papel, lápiz, el misterioso y aislado escritorio, y los resultados, tan esperados como lamentables:
-NOCTURNO-
La noche aletea los vagos y grisámbulos sonidos
Consonánticos, aplausáticos, ruidáticos,
Larga larguísima en agilísimo son
Para escriturar el nocturno en frágil diapasón.
La noche alargaba sus dedos fantástica,
Silvática, greiftática, irritática,
Larga larguérrima en bullérrimo gong
Para ser del nocturno escupitaja imitación.
Y la amada,
¡la amada!
Flacuchenta, flatulenta,
Lerda y lenta que se avejenta en mi canción.
Ausente,
¡qué digo!,
ausentísima, lejanísima,
Por no decir espectrísima, pedantísima,
Que remuerde el melodión.
¡Oh, consonántica rima!
¡Oh, asonántica mía!
¡Oh, la “oh” de mi tribulación!
¡Oh esdrujulante palabreja o agudísima!
¡Iluminadme en mi gravísima!
La noche rimbombambiaba sus absurdísimos sentidos,
Aburridísimos, creidísimos, hinchadísimos,
Larga largura en chirriadísimo bon
Tamboreando el nocturno en copiona recordación.
Una vez terminada, miramos con sentimiento inefable la obra. ¡Es Maestra!... Bueno, quizás al terminar la tarde no tanto... A los dos días hay una duda rascando... A la semana no sabemos... Al mes, franca y sincera vergüenza... Y, si no hemos botado o quemado el papel fatal al año, años después ya es tan sólo nostalgia: nostalgia de cuando podías sentarte con tranquilidad a escribir, así fuera tonterías, haciéndole el quite a cosas más útiles pero más aburridas.
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