Los primeros en percatarse fueron los
familiares. Poco después, los especialistas locales –el cura, el alcalde, el
comerciante, en fin, la gente de bien de aquel pueblo– refrendaron el temor y
la vergüenza. La aseveración definitiva fue imposible de evadir: Manuel iba por
mal camino.
Desde el principio fue clara la
sintomatología: tendencia a la molicie y a la ensoñación que le apartaba de las
cacerías de mendigos y putas. La temprana edad lo excusaba y evitaba la alarma:
timidez, consentimiento, una viruela mal cuidada. Con el tiempo, el diagnóstico
se hizo inexcusable: por completo notorias sus dudas frente a lo indudable, su
soterrado renegar de las grandes causas, su falta de espíritu en las misiones
patrióticas o divinas.
Nada de esto dejó indiferente a la Gran
Familia. Los mecanismos vinculares iniciaron su marcha, aplicándose
amorosamente sobre Manuel. Palmada, cimbronazo, amenaza, insinuación. Todo se
intentó para modelar el carácter, pero no era posible. Una necedad o un demonio
parecía habitar su corazón. Vieron con alarma la llegada de la adultez. Manuel,
liberado de la tutela familiar, dio rienda suelta a su delirio y sandez. Al
principio, lirios y ardillas parecían habitar sus palabras, alcanzando a
despertar simpatías en los reclusos de los geriátricos. Pronto su agresividad
aumentó, y en verdad se hizo intolerable. Un solo caso bastará para ilustrar su
amenaza, aunque advierte el cronista que este fue, precisamente, su último
delirio.
Alguna vez raptó el aparato telefónico de
su vecino. Bajo sus brazos iba, como cachalote enano, el cuerpo rechoncho y
negro del artilugio, con su único brazo en espiral sosteniendo en su extremo el
cuerno. Quería Manuel asomarse por entre la ventana del baño del cura y alzar
el cuerno del teléfono; éste sería entonces una sola y negra pupila que en su
retina retendría las menstruaciones de su hija. Perpetrado así el crimen,
pensaba Manuel enseguida alzar vuelo en la concha de una naranja hasta el
tendido de los cables eléctricos, y dejar quemar todo el ojo para que su
espíritu viajara con las ondas de los cables. De esta manera, esperaba una
interrupción espesa y roja, avasallante en su concretud, a través de los
televisores y radios que se encontraran prendidos en la hora del cereal
Kellog’s, y que se alzara en oloroso y espeso vaho a los cielos los cientos de
comedores en los cuales la cordura se alimentaba.
Su crimen no tuvo éxito alguno, como se
puede adivinar. Durante las mañanas precedentes –no lo sabía Manuel,
ensimismado en los preparativos–, el mundo cambiaba. Con entusiasmo se levantó,
y al asomarse a la calle, se desconcertó al percatarse de la presencia del cura.
Éste levantó su celular, lo fotografió, y envió la imagen (formato jpg) a las redes correspondientes. Manuel quedó en
evidencia, no como un infame, sino como un imbécil.
¡Tantos años de correctivos! No sabía la
Gran Familia que llegaría el tiempo en que la educación correría por sí sola.
Agradecidos, enmudecieron de admiración. El impotente Manuel se apagó. Y fue la
paz para ellos.
Comentarios
Mi blog: ernesto-pensando.blogspot.com