MEMORIA DE LAS COMIDAS Nunca he podido comer despacio. Mi comadre, que Dios guarde, siempre me mira mal por encima la mesa. Salta su mirada, atraviesa el salero y el tenedor, rodea la cuchara y el tarro de azúcar, husmea un momento el plato de huevos fritos y el desportillado pocillo de café, y todo lo arrastra tras sí, como huracán, esa mirada. Esa mirada hinca en mi mejilla los cubiertos y levanta la carne, deja caer la sal del salero en la dermis rosada y veteada de punticos rojos, asalta los ojos con las cucharillas y los revuelve con los huevos, y vierte el café en mi pobre nariz, dejándola sin respiro. Nunca he podido comer despacio. Cierra los ojos mi mujer, y ya sin mirarme, un silencio súbito que aletea noche entre mis dientes y sepulcro en mi lengua. Las que eran salchichas dichosas se sacuden como gusanos horadando mi faringe en busca de oscuros universos y el aceite de la hiel flota sobre la mesa redonda de trajines no contados. ...