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Crónica de Tersites

No importa ya la cuenta de los días ni de las noches. Tampoco las disputas de los dioses. Tersites, recostado en tierra y regalando a ella su roja sangre, mira al que le auxilia y saborea su impotente esfuerzo. Cerca está el bramor de los guerreros, y por sobre ellos, los chillidos de las gaviotas atentos a los pedazos que el veloz bronce les ofrece como festín. Termina la ira de Tersites, su atrevimiento, su tristeza, su resignación. Adivina, entre la mirada que se le nubla, que todo volverá. Con el último aliento, sujeta a su auxiliador: “No me olvides, Homero”.

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