Entre el blanco y el verde emerge, para atravesar el galope en la carrilera. Al paso va desgranando la piel, cuyos jirones quedan agarrados entre las verticales de los gusanos que han levantado molinos. El ansia de hambre y aleteo alcanza a los reptiles. Gracias a su piel ausente, el cuerpo se deslíe con la llovizna. A lo lejos, en el Omega, una grieta traduce lo que un año después será anunciado en luces de neón. Se trasmutan el relincho y el bufeo entre las teclas de la máquina de escribir, ahora fronteriza, goteando hacia el cierzo fragmentos de intestino. Una cohorte matrimonial aplaude a su paso el camino de excremento que aspira a la dignidad del incienso.
Se suponía un rito sinaítico, pero el caballo decide continuar. No importa que los anillos imperiales hayan perforado sus patas, pues es abundante la vegetación de ojos picoteados por ascensores, y giran las torres con orejas y dientes por eje. Decisión afortunada: se entreteje la quejumbre, y el moho acontece.
1. EL LIBRO Entre mis desordenadas manos cayó, a principios del mes pasado, la “autobiografía razonada” –tal es el subtítulo- de Fernando Savater, titulada Mira por dónde (Taurus, Bogotá 2003). No es gran cosa, si se atiene el lector a las difusas exigencias de la alta literatura o la alta filosofía, pero es esplendorosa e indecentemente (para aquéllos) alegre . Creo que tal calificativo gustaría al autor, tan despreocupado de autoridades eruditas, tan humano en esa cotidianidad que a todos nos envuelve y que nos aleja de los eminentes, tan burlón de estos. Es un libro alegre. Algunos alzarán la ceja. Le comenté a un amigo, filósofo, que acababa de leer “un libro ligero de un tal Savater, español, creo” –dicho así tan sólo para picarle la lengua-. “Es un filósofo vasco”, me respondió, “que ni es filósofo ni es vasco”. Suficiente elogio. Algo así cuenta Savater, respecto de alguno de sus amados autores: basta la prohibición de alguien muy serio, para saber que encontraremos algun...
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