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Crónica de una cabalgata

Entre el blanco y el verde emerge, para atravesar el galope en la carrilera. Al paso va desgranando la piel, cuyos jirones quedan agarrados entre las verticales de los gusanos que han levantado molinos. El ansia de hambre y aleteo alcanza a los reptiles. Gracias a su piel ausente, el cuerpo se deslíe con la llovizna. A lo lejos, en el Omega, una grieta traduce lo que un año después será anunciado en luces de neón. Se trasmutan el relincho y el bufeo entre las teclas de la máquina de escribir, ahora fronteriza, goteando hacia el cierzo fragmentos de intestino. Una cohorte matrimonial aplaude a su paso el camino de excremento que aspira a la dignidad del incienso.
Se suponía un rito sinaítico, pero el caballo decide continuar. No importa que los anillos imperiales hayan perforado sus patas, pues es abundante la vegetación de ojos picoteados por ascensores, y giran las torres con orejas y dientes por eje. Decisión afortunada: se entreteje la quejumbre, y el moho acontece.

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