Ir al contenido principal

Crónica de Tomás Dídimo

En aquel tiempo, Lázaro había muerto. El dolor fue grande para todos, y en especial para el Maestro, por cuento aquel hijo de hombre había sido su gran amigo, y así también lo era toda su familia. La tarde en la que él se enteró, nos dijo con voz oscura: “Lázaro se ha dormido”. Ninguno de mis compañeros quiso entender la delicadeza de su pesar. Aclaró con dureza: “Ha muerto”. Yo, que también le conocí y gocé de su hospitalidad, declaré con un nudo en la garganta: “Vamos también nosotros, para morir con él”.
Junto a sus parientes le lloramos. Para escándalo de muchos, el Maestro lloró y gimoteó, más que nadie, como si fuera una mujer. Mis compañeros se avergonzaban, pero Jesús no tenía reparo en mostrar su dolor. “¡Lázaro, ven!”, gritaba.
El tiempo pasó, y al Maestro lo mataron. Cada uno fue a lo suyo, según le dictaba el corazón. Yo preferí seguir llorando con las viudas de los crucificados, en tanto mis antiguos compañeros hablaban de visiones, algunos, y otros se dedicaban al oficio de escribas. Respetuosamente me distancié de ellos, pues lo suyo me daba desconfianza.
Una noche entre las noches llegué a mi habitación, destrozado por el duro trajín del día. Temprano en la mañana fuimos a buscar, con gran peligro de nuestras vidas, el cadáver de una viuda, huérfana entre huérfanos, abandonada por sus hijos que marcharon al calor de las guerras o perecieron entre la miseria. Había sido llevada al monte cercano por la soldadesca, y del monte, nos habían contado, no había salido; tan sólo se observaba el vuelo circular de las carroñeras. Pronto la encontramos, y el espectáculo era en verdad lamentable. La limpiamos y la vestimos, y aun así, sus heridas quedaban exhibidas. Cantamos las lamentaciones. Lloramos. Como tantas y tantas veces, morimos con ella.
Esa noche caí como piedra, y soñé. Caminaba por un campo desierto, lleno de grandes rocas y pedruscos. En el horizonte se alzó y vino hacia mí una terrible tormenta: un gigantesco y terrible huracán de fuego enceguedor que hacía temblar la tierra toda. Tuve miedo. Cuando estaba a punto de caer sobre mí, una brisa suave se agitó. Empujó lejos el huracán, aplacó el terremoto y le quitó ardor al fuego. La brisa también empujaba a la viuda que habíamos recogido. Llegaba ella tal cual la vimos, con sus lastimaduras por su cuerpo apenas cubierto con los desgarrados jirones de ropa. Llegaba a mí con su sonrisa agradecida, y me abrazaba, y su boca de pronto era la boca del Maestro. Desconcertado, palpaba yo sus heridas abiertas, en tanto murmuraba con asombro: “¡Señor mío, Dios mío!”.
Desperté, y el recuerdo del sueño nunca se me borró. Muchos años han pasado, y hoy, viejo, aún sigo recorriendo desconcertado los pasos de las lamentaciones y las lágrimas. Nunca he sabido qué pensar de mi sueño.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Comentario: Mira por dónde (Savater)

1. EL LIBRO Entre mis desordenadas manos cayó, a principios del mes pasado, la “autobiografía razonada” –tal es el subtítulo- de Fernando Savater, titulada Mira por dónde (Taurus, Bogotá 2003). No es gran cosa, si se atiene el lector a las difusas exigencias de la alta literatura o la alta filosofía, pero es esplendorosa e indecentemente (para aquéllos) alegre . Creo que tal calificativo gustaría al autor, tan despreocupado de autoridades eruditas, tan humano en esa cotidianidad que a todos nos envuelve y que nos aleja de los eminentes, tan burlón de estos. Es un libro alegre. Algunos alzarán la ceja. Le comenté a un amigo, filósofo, que acababa de leer “un libro ligero de un tal Savater, español, creo” –dicho así tan sólo para picarle la lengua-. “Es un filósofo vasco”, me respondió, “que ni es filósofo ni es vasco”. Suficiente elogio. Algo así cuenta Savater, respecto de alguno de sus amados autores: basta la prohibición de alguien muy serio, para saber que encontraremos algun...

Arriba, abajo

  1. La primera taza de café, justo antes de comenzar la mañana. Gemelas siamesas entrelazadas, esa taza y esa mañana. En la penumbra, el abuelo encendiendo los fogones para iniciar el origen, como en tantas otras madrugadas cuya presencia jamás vas a palpar de nuevo. El hágase del tiempo primigenio se encarna en los pasos lentos de los morrocoyes del patio de adentro, para apacentar el poco antes del resplandor que alzará entremezclados en copas de tumultuoso follaje, el primer alborozo de pájaros y las claridades mensajeras del primer calor. El agua hierve y reposa enseguida. Con ella y en ella, se sosiega el polvo del café, y fluye luego a cuatro pequeños pocillos para alzarse de ellos con su oloroso vaho, esparciendo su aroma por toda la casa como la cal que con cuidado esparce sobre las espesas paredes el viejo obrero que cada año las recompone, y aún un poco más allá, hasta la carrilera que saluda a la verja principal y conserva el paso invisible de los cuatro vecinos que ya ...

Jesús, cuerpo sin órganos (1)

En uno de los espacios en los que participo, nos hemos dedicado a leer algunas obras en torno de Jesús. Este año nos dedicaremos al ensayo de Manuel Villalobos. Con esta excusa, una vez al mes presentaré mi resumen-reflexión de los capítulos de su libro. Aquí, la primera entrega: Fuente: Villalobos Mendoza, Manuel. J esús, cuerpo sin órganos en el evangelio de Marcos . Madrid: Editorial Trotta, 2024. Sesión 1: Prólogo (Xavier Pikaza) [11-20], e Introducción [21-30]   Quienes nos acercamos a los planteamientos de Villalobos en Jesús, cuerpo sin órganos … [JCO, de ahora en adelante], recordamos de inmediato su anterior escrito, Cuerpos abyectos en el evangelio de Marcos . En ambos, como biblista busca comprometerse “con las nuevas voces emergentes que se resisten a ser invisibles” [ Cuerpos abyectos …, 11], desde un antiguo aprecio por Marcos, ese evangelio quebrado, caído y mutilado que deshace su cuerpo y trasgrede fronteras [ Cuerpos abyectos …, 14-18]. El exégeta Villalobos ens...